Por: Jaime González Rueda
Ilustración: Jaime G. Rueda
Un rufián, agresivo y propenso a inmiscuirse en peleas, así era el gran maestro italiano Caravaggio. Su vida personal poco importa comparada con su influencia en el arte occidental, influencia que por cierto pasó desapercibida por siglos. Fue hasta el siglo XX que gracias a historiadores como Roberto Longhi, el maestro vuelve a ser foco de interés y reconocimiento. Su influencia en el barroco no se limitó a la escuela italiana, sino a pintores flamencos como Rubens o Rembrant, o a la escuela española con Diego Velázquez.
Sin estar familiarizado con el mundo de la pintura, identificar el arte de Caravaggio es tarea fácil, debido al estilismo muy particular de sus cuadros. El claroscuro es su marca personal, además de que sus composiciones son sumamente realistas y hasta sanguinarias, a tal grado de provocar en el espectador un cierto “espanto” o “terror” (sobre todo si consideramos que anterior a este pintor, los querubines y pinturas idílicas eran la moda).
¿Qué puede ser más opuesto a los ángeles y vírgenes de Rafael?, pues los decapitados, crucificados y martirizados de Caravaggio. Si uno mira un cuadro de Caravaggio muy posiblemente se encontrará frente a una escena grotesca, donde los personajes, sumamente reales, muestran mucho, pero mucho sufrimiento. Estas escenas, por cierto, trajeron problemas al artista, pues según algunos altos mandos de la Iglesia, iban en contra de la cristiandad, por retratar tan crudamente las escenas bíblicas.
El artista gustaba de escenas crudas, en las cuales incluso se autorretrataba. Famosa es su obra “Salome con la cabeza de Juan el Bautista”, donde la cabeza decapitada de San Juan es justamente la de Caravaggio, algo que, según rumores, indicaba el final violento que el artista predecía o temía para sí mismo (como no, si el maestro participaba constantemente en pleitos callejeros, todo por su carácter sumamente temperamental).
La mayor aportación de la pintura de Caravaggio es el uso del color, mediante la utilización de una iluminación muy marcada por sombras y luces, donde la luz ilumina alguna escena de sus cuadros, dejando en la oscuridad el resto de la composición, a eso se le conoció posteriormente como “Tenebrismo”. Esta composición de luces dirigidas crea efectos dramáticos en los personajes, que, sumado al realismo de estos, permite obtener representaciones crudas y cargadas de una atmósfera lúgubre.
Caravaggio, con sus múltiples escenas sanguinarias, es una muestra pura de que lo grotesco también es bello…