Por Roy Zaldívar
Ilustración de Jaime G. Rueda
Cuando era niña, mi mamá siempre me llevaba a la estética de Andrea, una chica trans a la cual erróneamente seguían tratando como hombre gay. Nunca nadie nos explicó que era mujer; ni siquiera sé si ella tenía las palabras necesarias para describirse. Aunque todos la respetaban, porque era la mejor estilista del pueblo, nunca escuché a nadie reconocerla como mujer o tratarla como tal.
Ahora aparecemos en las pantallas, en ponencias, tenemos cargos gubernamentales, se habla sobre nosotras y cada vez más personas se familiarizan con lo trans. Ya que, en el momento que ocupamos los espacios, alzamos la voz y participamos como miembros activos de la sociedad, estamos legitimando nuestras vidas y exigiendo el reconocimiento de nuestra identidad.
Sin embargo, aunque hoy en día exista esta exposición, para la mayoría de las mujeres trans, el panorama sigue siendo negativo. La esperanza de vida continúa siendo corta (35 años) y los crímenes de odio hacia nosotras siguen al alza (una tasa de 15 homicidios por cada cien mil habitantes transgéneros en 2021, según letra ese).
Por décadas, las mujeres trans han sido desplazadas de espacios por su identidad. Echadas de casa por el rechazo de familiares, abandonando las aulas por miedo a la violencia infligida por sus compañeros, atendiendo a clínicas clandestinas porque el sistema y el estado decidieron invalidar su existencia y no brindar la atención que requieren.
Es imposible cuestionarse “¿Por qué?” ¿Por qué invalidar una vivencia por el simple hecho de no entenderla? ¿Por qué se nos recluyó lejos de los demás durante tiempo como si nunca hubiéramos existido? ¿Por qué alguien tiene que venir a validar quién soy cuando la única persona a la que le incumbe soy yo? ¿Y por qué tengo que dar constantes explicaciones en cualquier lugar al que llego?
Ahora el mundo sabe de nuestra existencia, sin embargo, existe una constante cosificación sobre la mujer trans. Usualmente, quienes están debajo de los reflectores son aquellas chicas que cumplen estándares de belleza hegemónicos, aquellas que los medios consideran que “nadie se daría cuenta de que son trans”.
Se te brindan derechos, se respeta tu identidad, pero a cambio, la sociedad te exige lucir de cierta manera, cumplir ciertas reglas, y si no es así, la única atención que puedes recibir es a través de la burla y la fetichización.
Como persona trans, he aprendido cómo la sexualidad y el género no son estáticos; no son verdades absolutas que, una vez descubiertas, dirigirán el rumbo de tu vida. Las expresiones de género son fluctuantes, cambian con el tiempo conforme vas descubriendo cosas nuevas de ti. Sería ilógico pensar, así como nuestros gustos, aficiones y deseos van cambiando conforme el paso del tiempo, que la psique actúa de manera distinta.
Las mujeres trans siempre han existido. Desde tiempos inmemorables viven entre nosotros, todos de pequeños conocimos a una; están ahí, en las estéticas, en los mercados, en las calles y aunque durante mucho tiempo fuimos ignoradas, hoy estamos reclamando los espacios y las vivencias que nos fueron arrebatadas, creando espacios seguros para todos, todas y todes.