Degenerada, pornográfica e inmoral; así fue calificada la obra pictórica de Gustav Klimt por mentecillas estrechas de finales del siglo XIX. La representación del desnudo, en su caso, es simplemente por placer. Klimt no recurrió a escenas mitológicas o históricas para justificar la ausencia de ropa. Los rostros de sus modelos están cargados de erotismo y sensualidad, incluso, dirían algunos: de miradas lujuriosas.
Aquello que no se adapta a los estirados cánones políticos, sociales y culturales no sienta bien. Y muchas veces, lo que hoy genera polémica, mañana será alabado. Sino pregúntele a Coco Chanel, su falda corta escandalizó, pero hoy su nombre es sinónimo de distinción.
Muchos pintores inmortalizaron sus nombres a costa de su libertad, incluso de su vida.
Basta con recordar a Goya y sus “pinturas negras”, su fascinación por retratar aquelarres, brujos y hasta al mismísimo Satanás le acarreó problemas con la inquisición española. Por ciertas libertades creativas al pintar una versión de “la última cena”, el pobre de Paolo Veronesse terminó frente a los tribunales ¿y cómo no?, si incluso puso perros y gatos en la escena. Y el holandés Van der Beeck terminó incluso en una prisión por herejía.
“Una buena obra nunca queda sin castigo” dijo Eugene Gore Vidal. Así, cuando los nazis, en su retirada de Austria, prendieron fuego a “Jurisprudencia”, “Medicina” y “Filosofía”, tres pinturas de Klimt, fue la condena final para sus polémicas obras que, desde su creación, 40 años atrás, habían escandalizado a la sociedad.
Pero ¿por qué fueron tan polémicas las obras de Gustav Klimt? A él lo acusaron de casi todo, pero su arte “degenerado” y “pornográfico”, como se le conoció en los círculos más conservadores es, a más de un siglo de su muerte, uno de los referentes de la pintura universal. Para la época, el desnudo debía ser retratado de forma gloriosa, enmarcado en escenas históricas. Klimt, en cambio, buscó la forma de los cuerpos, no un contexto. Su representación no es idealizada, sino cargada de sexualidad, con mujeres cuya expresión es hasta agresiva, digamos al estilo “femme fatale”.
Sus pinturas más célebres: “Judith”, “El Beso” y “El Retrato de Adele Bloch” pertenecen a esa época “dorada”, y presentan mujeres empoderadas, pero sobre todo con una connotación sexual.
En cuanto a su estilo, Klimt rompió con los cánones pictóricos y logró una obra muy personal, con una paleta de colores que muchos, incluso aquellos que no son conocedores de arte, pueden identificar. Las tonalidades amarillas y doradas son parte de su “marca”. Los fondos de sus óleos son de una decoración exuberante: mágica. Se podría decir que sus retratos combinan dos estilos distintos: uno dado a los rostros y cuerpos, con perspectiva tridimensional, y los fondos y vestuarios con una perspectiva plana y muy ornamentada.
En un estilo cínico y hasta provocador, Klimt incluye en su cuadro “La verdad desnuda” una frase de Friedrich Schiller: “Agrada a pocos. Agradar a muchos es malo”. Así, un viejo Klimt, después del rechazo social e institucional a sus obras: “Jurisprudencia”, “Medicina” y “Filosofía”, encargadas por la Universidad de Viena, no volvió a aceptar ningún encargo por parte del gobierno, digamos en el entendido de: ¿quién los necesita?
Klimt, tachado de provocador, fue más bien un hombre fiel a sí mismo. Hizo y pintó lo que le dio la gana. Líder de la secesión vienesa, buscó reinterpretar la pintura frente a los cambios sociales. A él no le importaba agradar a otros, de donde no lo querían se iba. A más de 100 años de su muerte, la degeneración de sus pinturas desapareció y le abrió paso al erotismo, a una pintura conceptual y mágica que incluso podríamos emparejar con el feminismo. La obra de Klimt, muy “avant-garde” para el siglo XIX, sin duda, ha envejecido con gracia.