Por: Roy Zaldívar
Una de las consecuencias de la migración de los mexicanos a Estados Unidos es la conformación de la cultura chicana: ciudadanos estadounidenses que buscan reivindicar sus raíces mexicanas y, al mismo tiempo, ser reconocidos como miembros de la vida pública y política del país anglosajón, frente una constante discriminación racial.
Es usual creer que la cultura se limita al espacio geográfico de cada nación, incluso el Estado reconoce la otredad del extranjero en su constitución. La diferencia no se concibe como parte de la realidad cultural del país, dejando fuera a quienes no corresponden con el arquetipo de lo nacional. De este modo, las personas con ascendencia mexicana que residen en los Estados Unidos tienen que enfrentar los roces generados por el choque entre culturas y lo han hecho a través de la afirmación de su identidad y del deseo de participar en la sociedad como individuo de pleno derecho.
El término chicano posee distintas interpretaciones; en un inicio se utilizaba para llamar de forma peyorativa a los ciudadanos estadounidenses con ascendencia mexicana que pertenecían a una clase inferior y laboraban usualmente como obreros o agrícolas. Esta connotación denigraba al mexicano, ante la necesidad de detener esta marginación por parte de los estadounidenses. Buscando revindicar a este grupo se retoma el término chicano, el cual, según Axel Ramírez, profesor del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe de la UNAM hace referencia a “alguien que intenta cambiar la estructura socio-política para lograr la justicia y dignidad personal”.
El origen de este movimiento se remota a la firma de los tratados de Guadalupe-Hidalgo en 1848. Después de la derrota del ejército mexicano al mando de Santa Anna, México perdió más de un millón de kilómetros cuadrados de tierras. En estos tratados se garantizaba el respeto de la propiedad, costumbre y religión de quienes ya habitaban este territorio, sin embargo, no fue el caso. El despojo del territorio mexicano trajo consigo una ola de prácticas raciales donde, a través de la violencia y la opresión, el pueblo mexicano se convirtió en una minoría.
Posteriormente, en el siglo XX, vendría una avalancha migratoria provocada por la Revolución Mexicana, esta generada por el requerimiento de mano de obra y la promoción de la migración por parte de Estados Unidos. El proceso de estigmatización racial, según el sociólogo Mario Constantino Toto, “no hizo sino reforzarse al atribuir a los inmigrantes (entre ellos los méxico-americanos) rasgos delincuenciales, miserables condiciones de habitación e higiene, analfabetismo y tendencias a buscar el trabajo fácil”.
El movimiento Chicano buscará terminar con la estigmatización y el desprecio a los mexicanos, reivindicando elementos constitutivos de su identidad sociocultural, como con la exaltación de la constante exclusión económica, social y cultural hacía quienes se identifican como chicanos. Ramírez define al chicanismo como “La filosofía del Movimiento Chicano como el punto aglutinador que trasciende todas las facciones de clase políticas, económicas y religiosas, a favor de un común denominador que permita amalgamar a todos los miembros de la comunidad”.
El chicanismo no ha cesado desde los años cuarenta en la búsqueda de la igualdad para sus miembros. Sus manifestaciones han tenido un impacto en la política, el arte e incluso el lenguaje. La creación de una comunidad formada a partir de la mezcla de dos culturas y la idea de un nuevo mestizaje, ha abierto los espacios al dialogo y a las reformas en pro de una sociedad más inclusiva y menos racista.
Lo chicanos se han apropiado del término para denotar su otredad en el país vecino, al mismo tiempo que exigen su lugar como ciudadanos. Llevan consigo una herencia histórica única que los hace distintos a los demás, pues en su constitución han tenido que reclamar por el reconocimiento de su identidad, no como mexicano ni como estadounidense, sino como chicanos.