Por: Deborah Carolina Chavarría Dueñas
En palabras de Thompson, la democracia de nuestra era se construyó en terrenos excluyentes, siendo “blanca, masculina, católica y metropolitana”, convirtiéndose en el semillero de otras exclusiones, borrando, incluso, la identidad de las poblaciones a las que sometió a la “norma”.
δημοκρατία – δῆμος (démos: pueblo) κράτος (krátos: gobierno)
Al hablar del término “democracia” es posible que el lector se encuentre pensando en la idea de un “gobierno del pueblo” y lo traduzca a “un gobierno de todos”, etimológicamente no estaría equivocado; sin embargo, en una realidad tan compleja como lo es la actual (no sólo hablando de asuntos relacionados con la esfera política de la misma, sino a la social o económica), es poco sabio sobre-simplificar el vocablo democracia, forzándolo a encajar en la idea utópica, o hasta falsa, de lo que el planteamiento de un “gobierno de todos” representa en sociedades como la nuestra.
Para comenzar a comprender el por qué, aún en las condiciones actuales de las sociedades contemporáneas, lo que se tiene entendido como democracia puede no serlo, debe comenzarse hablando del “demos”: ¿Quiénes son “todos”?
Juan Pablo Paredes, en su texto “Ciudadanía, participación y democracia: Deuda y déficit en los 20 años de “Democracia” en Chile” (2011, p. 3, 4), plantea que la construcción de otra democracia requiere la inclusión de otros actores en el campo sociopolítico; esta inclusión introduce y amplifica las nuevas voces, adaptando los espacios, permitiendo su participación en los debates y la toma de decisiones que involucre al “todos”.
La resignificación del “demos” resulta esencial para la reconstrucción de la democracia desde sus bases; uno de los conceptos clave es el de la otredad de aquellos a quienes la sombrilla del término “todos” no incluía en el pasado. Ser vistos como los “otros” cuando deberían encajar en el “nosotros” los borró de los procesos políticos, sociales y económicos por los que también se veían afectados. Las diferencias que estos grupos marginalizados guardan con aquellos dentro del “todos” del pasado van desde el género, la edad, la raza, la condición socioeconómica y hasta la de salud.
Al acercarse los tiempos de elecciones, es común ver espectaculares de los candidatos en contienda abrazando con calidez a una mujer, frecuentemente anciana, de menor estatura que el candidato y piel un poco más oscura, o comerciales en la televisión local que muestran al candidato sonriendo mientras empuja la silla de ruedas de un niño y lista las razones por las que él o ella es distinta a los otros nombres en la boleta. Los spots de campaña incluyen frases que intentan hacer al votante creer que el candidato se preocupa por él o ella, y estos grupos marginalizados dejan de ser grises por los 40 segundos que los reflectores apuntan en su dirección. La promesa de la inclusión y la voz que nunca llega ni se cumple, es un cuento que se desempolva a la par de las urnas electorales. Estas comunidades en desventaja y diferencia dejan de ser individuos y se convierten en herramientas o escenografía.
En el caso hipotético de que la promesa se cumpliera, la inclusión y participación de estos grupos, previamente excluidos de la matatena de las decisiones formativas para la sociedad, modificaría su panorama a futuro, haciendo propicio el desarrollo y mejora de sus condiciones de vida en sociedad.
Esta inclusión, al verse desde un enfoque analítico-crítico, está y estará siempre acompañada por su contraparte: la exclusión. La diversidad de matices en las voces que constituyen al pueblo, no puede ser reducida al decir que todos debemos ser vistos y tratados como iguales, pues, como menciona Silvia Soriano Hernández en su texto “Democracia y exclusión: una propuesta desde el movimiento indígena ecuatoriano” (2011, p. 46), las fronteras invisibles entre los grupos están cimentadas en las diferencias, que pueden ser utilizadas como punto de referencia al momento de trabajar por la inclusión, o pueden también, ser convertidas en condiciones de vulnerabilidad para aquel que las posea, facilitando su exclusión. Considerar las diferencias entre los individuos y los grupos requiere entonces de un sistema que sea capaz de trabajar, no por la igualdad ciega dentro del todos, sino por la equidad.
En este sentido, la democracia, que funciona por la ley de “la mayoría”, es legítima sólo si escucha las voces de las minorías, de los grupos vulnerables. José Thompson, en su texto “Una democracia incluyente como imperativo de la vigencia de los derechos humanos” (2010, p. 299), escribe que la clave de una democracia verdaderamente incluyente está en la adopción de una perspectiva de reconocimiento y valoración de la diversidad, buscando la superación de las inequidades generadas a raíz de la intolerancia y la exclusión.
En palabras de Thompson, la democracia de nuestra era se construyó en terrenos excluyentes, siendo “blanca, masculina, católica y metropolitana” (Thompson, 2010), convirtiéndose en el semillero de otras exclusiones, borrando, incluso, la identidad de las poblaciones a las que sometió a la “norma” basada en parámetros que no consideraban los matices de identidad de las mismas.
Retomando la idea de que la democracia, teóricamente, es una utopía, Pablo González Casanova explica que las utopías democráticas fracasan gracias a la incapacidad de construir una democracia no excluyente (González, 2009., p. 212); para nosotros resulta normal pensar en la democracia excluyente como válida, al grado de que nos es casi imposible considerar el término como un gobierno de todos, por todos y para todos, más allá de la etimología o las frases en los spots de campaña. Como señala González Casanova, tenemos en el subconsciente colectivo una idea elitista de la democracia, que consideramos lógica y natural hasta que nuestra conciencia moral y política nos obliga a reflexionar y plantear la democracia utópica como una solución.
La democracia incluyente puede actuar de solución de diversas problemáticas para las que la democracia excluyente es composta, desde una política menos injusta hasta un mundo menos violento (González, 2009., p. 212)
La democracia, entonces, se moldea a sí misma y a la propia realidad, siendo así que, quien construya la democracia puede moldear el entorno político, social, económico y ecológico a como le convenga.
La reflexión que se propone a raíz del trenzado de estos conceptos es el cuestionamiento del cuán viable es una democracia excluyente en una era de cambio y rompimiento de viejos paradigmas; el análisis de la utopía que es la democracia incluyente, con la intención de solucionar problemáticas con las que el modelo obsoleto de democracia excluyente no es capaz de lidiar, debe continuar. González Casanova (2009., p. 221) dice que, si bien el proyecto de una democracia incluyente puede parecer una promesa vacía, es imperativo que se continúe con propuestas y análisis en torno a ello. La creación de un proyecto de la democracia de todos deberá ser construida con las bases que él mismo menciona:
Los valores de libertad y de justicia social, de tolerancia y de solidaridad o fraternidad habrán de precisarse como parte de un proyecto universal de democracia de todos, con mediaciones que deben fomentarse y crearse desde la sociedad civil: historia y proyecto tendrán que ir profundizando en las variantes humanistas, religiosas, laicas, idealistas y materialistas (…) (González., 2009. p. 221)
Los distintos actores y factores que se presentan dentro de la construcción de la democracia y la constituyen, son su materia prima; las comunidades indígenas, las mujeres, las personas de color, discapacitadas o en situación de extrema pobreza, tienen una voz que debe ser escuchada, comprendiendo y aceptando sus identidades, para moldear la realidad y el sistema, teniendo en cuenta lo que los hace diferentes de aquellos que solían estar a la cabeza y jamás ser cuestionados.
REFERENCIAS:
González, P. (2009). La democracia de todos. En De la sociología del poder a la sociología de la explotación: pensar América Latina en el siglo XXI (pp. 211–226). Siglo del Hombre Editores, CLACSO. http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/coediciones/20150112060249/10.pdf
Paredes, J. (2011). Ciudadanía, Participación y Democracia Deuda y Déficit en los 20 años de «Democracia» en Chile. Polis (Santiago), 10(28), 473–499. https://doi.org/10.4067/s0718-65682011000100022
Soriano, S. (2011). Democracia y exclusión: Una propuesta desde el movimiento indígena ecuatoriano. Nómadas, 34, 45–59. http://nomadas.ucentral.edu.co/index.php/inicio/15-constituciones-politicas-diversidad-y-diferencia-cultural-nomadas-34/153-democracia-y-exclusion-una-propuesta-desde-el-movimiento-indigena-ecuatoriano
Thompson, J. (2010). Una democracia incluyente como imperativo de los derechos humanos. En Participación política e inclusión. Cuadernos de CAPEL 55. Colección CAPEL (pp. 296–311). https://biblio.juridicas.unam.mx/bjv/detalle-libro/4999-participacion-politica-e-inclusion-cuadernos-de-capel-55-coleccion-capel