Mercado de pulguitas: del tianguis al armario adolescente

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Por: Kenia Hernández
Fotografía: Kenia Hernández

En la época de la piedra, antes que el estatus y la moda, la prenda tenía un fin práctico: abrigarnos y protegernos. En palabras duras, ameritaba a nuestra supervivencia. Con el evolucionar de la sociedad moderna, las necesidades indumentarias también hicieron de las suyas y la ropa dejó de ser un elemento práctico y se convirtió en LA HERRAMIENTA estética de la clase social y el poder. Así, con la llegada de la Revolución Industrial, la moda inició su camino para convertirse en el imperio que perduró como lo conocíamos hasta apenas la década anterior.

Y aunque la compra-venta de ropa de segunda mano ha sido una práctica común característica de la cultura latinoamericana, no es sino consecuencia de los estragos que dejó la crisis sanitaria del Covid-19, que las tendencias en el consumo de prendas a partir del 2020 vieron una nueva luz que reformó la forma en cómo, qué y dónde vestíamos a la moda.

Las dualidades de la moda

A partir de la década de los 80, con la venta de las primeras “pacas” de ropa, los tianguis de pulguitas se convirtieron en un fuerte pilar de la economía irregular de algunos cientos de familias comerciantes. Su precio excesivamente bajo, proveyó sin duda a muchas de nuestras familias de una variedad mezclada de ropa, zapatos y accesorios, que seguro nos han vestido en más de una ocasión.

Entonces, ¿no es el tianguis una súper innovadora solución eco-friendly, vintage, mexicancore, idea de la súper amigable industria textil? Eh… en realidad, no. Y como ya se dijo, ni siquiera es nuevo. Pero para explicarlo mejor, retrocedamos un poco antes de la pandemia:

Desde la década pasada la efervescencia de la cultura pop y las nuevas tendencias cada vez en mayor competencia consigo mismas, provocaron una sobre-rotación de mercancía en las industrias. Así, gracias a la necesidad del consumidor de estar al corriente con las tendencias, la industria de la moda abrió paso a nuevas estrategias de venta en su mercado que, con los accesorios y ropa adecuados, le permitieran al cliente -en un período cortísimo de tiempo-, alcanzar el estatus que creía necesitar (al menos hasta que la tendencia cambie), llegando al punto de crear una cultura de consumo y desecho.

Y, como podemos imaginar, dentro de este súper esquema, el estilo de vida aceptado rechazaba el reciclaje y discriminaba a quienes no podíamos consumirlo a su ritmo. Por lo que, durante mucho tiempo y para la mayoría, comprar ropa de segunda mano, era la peor vergüenza y se manejaba como un alto secreto de seguridad nacional. ¿Qué cambió?

Regresemos a la segunda década del 2000, todo cambió con el aislamiento y la baja de la vida social. La economía sufrió significativos golpes en el bolsillo de muchos latinoamericanos.

Pero también generó alternativas de emprendimientos. Con el alza de ventas en línea desde plataformas y redes sociales, las generaciones de los más jóvenes sacaron a flote su creatividad.

Sobre esto, el Real Estate comenta que la clientela ya no está interesada en gastarse dinero (en el caso particular), en prendas que, en muchas ocasiones, terminan en el armario. Pues ahora le apuestan a la originalidad.

Así nacieron los bazares en línea, donde se popularizó el mercado de segundas y el segmento vintage con prendas de los 60, 70 y 90, reactivando la economía circular, pues según un informe de Samy Alliance: “gran parte de los consumidores priorizan ahora la calidad de las prendas, poniendo en valor el hecho de poder revenderlas a posteriori”.

Lo que antes era un secreto en la vida dominguera de los latinoamericanos, ahora es símbolo de originalidad y estilo. Pues esta transmutación de la moda por las pacas y mercados de pulguitas permite la exploración de nuevos estilos de expresión personal en los más jóvenes.

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