¿Por qué dejamos de entender la música nueva al envejecer?

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Por: Guillermo Carregha

Para muchas personas, el consumo de música es una parte importante de su día a día. Hay quienes convierten su personalidad entera en algo relacionado a esta disciplina artística, como el contingente de metaleros “tru”, que se renueva en cada generación de la humanidad para gritarle al mundo que “la música es arte, pero sólo el metal es música”.

Existen otras personas que, a falta de una capacidad innata de saber cómo funcionan los sentimientos humanos, se dejan llevar por la canción que está sonando en determinado momento para saber si están tristes, felices, vacías, o listas para salir de fiesta. A veces, incluso, hay quienes repiten frases clichés como “la vida sin música sería un error” o “La música es una revelación mayor que toda la sabiduría y la filosofía”, y similares con la expresión más grande de seriedad vista por algún ser humano.

La música es, en esencia, algo prácticamente inescapable a lo largo de nuestra existencia. Son los sonidos etéreos que, queramos o no, nos acompañarán desde que nacemos hasta la muerte. Está en nuestras casas, calles, tienditas y en la bocina que saca el vecino cada fin de semana a las 4 de la madrugada; incluso en algunos cepillos de dientes. La música no sólo nos envuelve, sino que también nos identifica, segrega y direcciona. 

Pero, ¿no es raro, entonces, que todas conozcamos a un puñado de entes de edad avanzada que, simplemente, se rehúsan a aceptar toda la música producida después de cierto año?

Dependiendo de en qué generación hayamos caído, la fecha de corte de producción de “buena música” suele variar. Para muchos millenials, se perdieron los valores de la música por ahí del 2012, la era en que “el dubstep y el trap arruinaron la música”. Para los baby boomers, la fecha de corte ronda en los mediados de los 90, “cuando se puso de moda puro grito y sombrerazo”. A veces “la buena música dejó de hacerse en los 70”, y otras “ya, después del new wave de los 80, no se hizo nada nuevo”. Incluso se han dicho cosas como “la última gran innovación de la música fue el nu metal”. Eventualmente llegaremos a un punto en que alguien diga de manera no irónica, “es que todo lo que le siguió al vaporwave fue pura copia sin inspiración”.

Muchas veces le achacamos está realidad a la bien conocida “brecha generacional”, que se abre cada 20 o 30 años en el espacio-tiempo, separando para siempre a la juventud de los chavorucos. Sin embargo, aunque esta brecha existe y es palpable, el problema de acuerdo a un montón de científicos respetados, es la biología misma. Al tiempo que los seres humanos nos volvemos una colección de arrugas y ojeras con la capacidad de manejar automóviles y decidir el futuro de la sociedad, nuestros cerebros empiezan a obtener la maravillosa capacidad de endurecerse. El proceso comienza cuando llegamos a la edad de 30 años con cuatro meses y se cimenta al llegar a los 33.

Este endurecimiento, aunque leve, trae consigo la consecuencia de que, físicamente, muchas personas se vuelven incapaces de hacer distinciones sutiles entre diferentes acordes y otros elementos musicales. Las canciones nuevas y desconocidas pueden sonar más parecidas entre sí a los oídos mayores que a los más jóvenes. Esto quiere decir que, mientras más vivamos en este mundo, más probable es que empecemos a amalgamar sonidos desconocidos en un mismo empaque. Es por ello que mucha gente que ha perdido legalmente el adjetivo de “joven”, para referirse a sí mismas, suelen decir cosas como “toda esta música nueva suena igual para mí, puro ruido, no más”.

El mundo capitalista que exige a las personas a que trabajen cada vez más, tiene como consecuencia la pérdida de uno de los elementos más importantes que trae la música a nuestras vidas: la socialización. Como lo han descubierto los miembros de cualquier tribu urbana como los trappers, hiphoppers, emos, kpopers, y demás otras palabras cuyo significado se puede buscar en Urban Dictionary; las personas utilizan la música como herramienta social. 

Algún género, banda, o álbum en específico, nos funciona como un radar que ayuda a identificar a alguien como una potencial nueva amistad si compartimos opiniones sobre ellos. Nuestros conocimientos musicales se convierten, pues, en la llave que podrá abrirnos la puerta a grupos sociales y que, dependiendo con quien estemos conviviendo, nos ayudará a identificar a otros miembros de la comunidad en diferentes escalafones, de acuerdo al tipo de música que escuchan.

Ahí tenemos a quien se encarga de aprender a tocar algún instrumento acústico bajo la promesa de poder ligar gente en las fiestas; se genera también la persona de gustos raros que te ayuda a encontrar la banda nueva con la que te obsesionarás por los próximos dos meses. Conocemos al inesperado grupo de muchachas que viajan de convención en convención haciendo bailables de los temas K-Pop de moda. Dependiendo del estatus social en el que cada quien tenga a este grupo urbano, podemos aplaudirles, verlos con desdén o con interés; pero no podemos negar que la existencia de estos nodos sociales y con quien sea que se junten, no existirían sin la música misma. Un montón de sonidos armoniosos, son capaces de crear relaciones que duren la vida misma.

Ya no hay tiempo de socializar. Ya no hay tiempo de existir. Por lo mismo, ya no tiene sentido buscar música nueva para compartirla con alguien. Es abrumador buscar música nueva, cuando puedes escuchar por decimonovena vez esa canción de Reik de 2004 para evadir la realidad en la que estás.  

A partir de los 30, es común utilizar la música vieja, la que hemos escuchado miles de veces, como una droga auditiva que entumezca a nuestros corazones hasta hacerles creer que seguimos teniendo 16 una vez más; hasta hacernos creer que podemos sonreír de nuevo.

La música tiene sentido durante nuestra juventud, pero pronto pierde todo su brillo y valor intrínseco. Tanto la estructura socioeconómica, como la biología están en nuestra contra. Según la revista Diners, “nuestras canciones favoritas estimulan respuestas de placer en el cerebro, liberando oxitocina, dopamina y serotonina, entre otros químicos. Y en la adolescencia, por los cambios hormonales, el cerebro es más sensible, por lo que es más fácil que una canción cautive y seamos una esponja musical. No es que con la edad no nos cautive la música nueva, la diferencia es que ya no somos un mar de sentimientos y hemos dejado atrás el exceso de hormonas”.

Y la única manera de evitarlo, además de convocar una revolución masiva que cambie por completo lo establecido por las últimas 5 generaciones, es activamente oponernos a la realidad. Lo único que queda, es perdernos de manera consciente en agujeros de conejo en YouTube y Spotify. Buscamos encontrar, por lo menos, un álbum nuevo en estas plataformas cada semana, si es de un género musical al que le hacemos el feo, mejor. Es eso o convertirse en un adulto más a partir de los 30, y de esos ya tenemos demasiados.

 

Bibliografía:

https://www.psychologytoday.com/us/blog/out-the-ooze/201910/why-old-people-hate-new-music

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