Por: Deborah C. Chavarría Dueñas
“En el panteón nos acercamos a los difuntos parientes nuestros y les pedimos que nos saluden a la familia de por allá. Para que se acuerden de nosotros y no nos olviden”
(Ortega, M.;2002)
El olor característico de las flores de cempasúchil, mandarina y pan de muerto en los barrios y supermercados. El surgimiento de puestos ambulantes de papel cortado, calaveritas de azúcar o chocolate, decoraciones y máscaras. Los vientos fríos de las noches de octubre y la anticipación por los primeros días de noviembre son, para México, algunos sucesos y experiencias compartidas que todos podemos identificar como el anuncio de que el Día de muertos está cerca.
Comenzar a adentrarnos en una especie de análisis de la festividad y lo que esta significa en diversos contextos, requiere que marquemos dos ejes principales sobre los que se desarrollará el texto: la cultura y la tradición. Este texto abordará el Día de los muertos desde la perspectiva académica y social.
DE ALTARES Y CALAVERITAS: ¿QUÉ ES EL DÍA DE LOS MUERTOS?
Recordar a aquellos que ya se fueron de esta vida y pasaron a la siguiente; el Dr. Víctor Whizar-Lugo, en su texto: Día de muertos: una festividad ritual con tradición mexicana (2004), menciona que, en los días 1º y 2º de noviembre, el mexicano se enfrenta a su realidad mortal desde un lugar de amor y respeto a través de la memoria; llevando comida, bebida y flores a manos llenas a los camposantos, para recordarles a los fallecidos lo mucho que aún se les ama y extraña. En contraste con la mirada y concepto que rodea a la muerte en otros lugares del mundo, en nuestro país se resignifica al “triste final de una vida” como el “feliz comienzo de otra”.
La forma en la que el mexicano le da vida a la muerte a través de rituales del Día de muertos, pone en el centro de nuestra atención al vínculo entre la dualidad de los planos de existencia o mundos: el de los vivos y el de los muertos. Respecto a esto, Whizar-Lugo resalta que:
(…) algunas de estas costumbres y tradiciones con caracteres lugareños o regionales se han conservado sin contaminantes globalizados, como ofrendas llenas de colorido a través de una entrañable y ancestral tradición, el culto a la Muerte
(Whizar-Lugo, V.; 2004).
Manuel Alberro, en El antiguo festival céltico pagano de Samain y su continuación en la fiesta laica de Halloween, el Día de los Difuntos cristiano y el Día de los Muertos en México (2004), menciona que, después de la conquista, la destrucción sistemática de la civilización indígena, justificada por los invasores como la erradicación de “lo pagano”, forzó a los pueblos colonizados a deshacerse de casi la totalidad de su cultura. Sin embargo, el culto a la muerte fue “algo tan difícil de extirpar” que los colonizadores no tuvieron más remedio que permitir su continuidad. Los españoles intervinieron de manera directa en los rituales preestablecidos por los pueblos indígenas ahora conquistados, decidiendo que estas celebraciones se llevarían a cabo en el Día de Todos los Santos y el Día de los Difuntos.
En la actualidad, el mexicano añade a lo tradicional nuevas prácticas y rituales, sin soltar del todo sus raíces, a las que rinde homenaje y respeto a la par de sus muertos. Pero, ¿Qué tanto intervienen estas prácticas “externas” o “ajenas” a la tradición?
HALLOWEEN Y DÍA DE MUERTOS: ¿VERSUS O HIBRIDACIÓN?
Proponer la idea de una “hibridación” cultural, alrededor de la fiesta de los muertos, ha sido tema de discusión y conversación en círculos académicos desde hace tiempo. La presencia del “Halloween” como festividad dentro de las grandes urbes mexicanas, específicamente en las zonas donde vive la “clase pudiente” (Alberro, M. 2004), en contraste con lo “puro” o “no intervenido” de la celebración del Día de muertos en comunidades, pueblos pequeños y barrios populares; propone una reflexión en torno a la influencia de la festividad extranjera en la cultura y tradición mexicana.
El Halloween del que el mexicano se apropia, para Manuel Alberro, se trata de un producto masticado por Estados Unidos, que le es alimentado con cuchara a una sociedad mexicana globalizada, con pretexto de que es algo relacionado o parecido a su celebración tradicional de la fiesta de los muertos. Es posible observar en los supermercados, tienditas e incluso puestos ambulantes, la clara dualidad “Halloween-Día de muertos”; donde se venden máscaras de íconos estadounidenses como Freddy Kruger, Jason o Michael Myers, a la par de las calaveritas de dulce y el papel cortado. Los niños asisten al panteón con sus familias, pero esperan con ansias el anochecer para salir a pedir dulces, vestidos de diablillos o personajes terroríficos.
Observar la relación entre ambas festividades desde el lugar del “versus”, pone al mexicano en un cruce de caminos, pues debe cuestionarse por qué le resulta más atractivo organizar una fiesta temática de disfraces el 31 de octubre que ir a visitar la tumba de su familiar fallecido. Un argumento popular, utilizado por los partidarios de mantener pura la tradición mexicana y rechazar por completo la “fiesta estadounidense consumista”, es la comercialización de todo aspecto del Halloween. Esta idea deja de lado lo comercial del propio Día de muertos y lo idealiza, lo pone en un concepto de “ritual” o “tradición” aislado de su enorme impacto en la economía del país. El día de muertos no sólo es la visita y llegada de las almas, sino que también está presente en la economía, con las botellas de tequila que compramos para llevar al panteón, los ramos de flores, los ingredientes para la comida y las ofrendas para la iglesia.
La “hibridación” de ambas tradiciones, resulta un concepto interesante que se ha explorado en diversos trabajos de investigación. Pensar en dichas prácticas como algo “combinable”, permite analizar la manera en que las personas las están llevando a cabo. En el México actual, es posible observar que Halloween está siempre de la mano del Día de los muertos; estas dos tradiciones, como explica Alberro (2004), vienen de lugares parecidos y coexisten en una cultura que las acepta.
HABLANDO DESDE LA EXPERIENCIA
En esta ocasión, nos fue posible recopilar un par de testimonios en torno a la festividad de personas cercanas a la misma. Daniel Jiménez, vendedor de flores en el panteón San Marcos de Aguascalientes, comenta que el Día de muertos es uno de los días más esperados del año. Jiménez recuerda que, cuando era pequeño, su difunta madre lo dejaba sentarse a un lado de las flores de cempasúchil. “Me gustaba mucho el olor, y mi mamá veía que tenía miedo de acercarme porque ella estaba trabajando, no me fuera a regañar. Un día, me cargó y me puso un banquito junto a ella, entre el cempasúchil y su silla <<Pa’ que las huelas bien>>, me dijo. Siempre que es temporada me acuerdo de ella”. Él trabaja desde hace 30 años vendiendo flores afuera de los panteones, y dice que su percepción de la muerte es completamente distinta que cuando comenzó. “De tanto ver gente muerta llegar y atender a sus familiares o sus amigos, uno empieza a perder el miedo a la muerte, pero le gana respeto. Los días de muertos son una bendición para el negocio y dejan a uno con un buen sabor de boca. Saber que toda esa gente extraña recuerda a sus muertitos, le da a uno la esperanza de regresar a ver cómo están todos después de muerto, da gusto pensar que se van a acordar de uno”.
Francisco y Dolores Macías, artesanos de calaveritas de dulce en San Miguel de Allende (Guanajuato), desde hace casi 25 años, tienen la creencia de que el día de muertos es la festividad más hermosa de México. “Para nosotros, el Día de muertos no es nada más una fecha de ir al panteón, ponemos nuestro altar y preparamos una cena para recordar a quienes se nos adelantaron: mi mamá, mis dos hermanos y nuestro hijo. Sabemos que ellos están descansando, pero nos pone muy felices pensar que vienen y podemos calmarles la sed”, comenta Don Francisco. “A mí todavía me pesa mucho lo de mi hijo, es reciente su partida, pero aparte de ir al panteón sé que él nos ve y nos dice que nos extraña igual que nosotros a él, y se da cuenta de que todavía pensamos en él, yo creo que eso es lo bonito de celebrar el Dia de muertos, que uno puede decir “todavía te llevo aquí adentro, no te has ido”, nos dijo Doña Dolores.
VELADORAS, ALTARES Y MÁSCARAS
El mexicano se encuentra sumamente atado a sus raíces y su visión de la muerte; ya sea con miedo, respeto o humor, siempre encontrará una manera de hacer suya la relación con su inevitable destino, el fin de este viaje y el inicio del otro. Proponer un análisis de lo que significa actualmente el Día de muertos para el mexicano, requeriría una investigación exhaustiva; los académicos ponen en el centro de la hoja el proceso de apropiación de la sociedad moderna de las tradiciones pasadas, mientras que los practicantes de estos rituales, que van a los camposantos y arman sus altares en casa, están encontrando nuevas maneras de balancear su tradición. Parte de la identidad como mexicanos, con las nuevas configuraciones culturales, es el resultado de hibridaciones pasadas, obteniendo un nuevo significado otorgado a la tradicional y milenaria fiesta de los muertos.
REFERENCIAS