
Por: Daniela Leos
Ilustración de Jaime G. Rueda
Por la noche, cierro los ojos preguntándome quién soy, y cuando el alba me alcanza, me inquieta el porqué; esta búsqueda incesante agudiza mi sensibilidad al asombro. Resulta fascinante comprender que lo que nos distingue de los demás seres vivos, no es la capacidad de razonar, sino la de construir significados; un ser humano no solo reacciona al mundo, también lo interpreta.
La anhelada trascendencia abre un debate sobre la inteligencia artificial, y replantea nuestras certezas. Una inquietud clave es el papel de las ciencias sociales, entre ellas, la psicología. ¿Qué lugar ocupa cuando las relaciones se redefinen a través de la tecnología?
Erik González es psicoanalista, naturalmente, un conversador nato. Se dedica a la clínica desde 2021, militando desde distintas trincheras con el fin de abordar los padecimientos de la psique. Ha trabajado frente a personas privadas de la libertad en el área de atención psicológica, dentro de los distintos CERESOS en San Luis Potosí, y fue docente del nivel medio superior. Sin embargo, conserva esa dosis sana de humildad intelectual, que vuelve magnéticas sus palabras.
¡Quedas bajo arresto discursivo! Todo lo que digas será usado… ¿En tu contra?
El lenguaje nos delata, ¿de qué forma te diriges a las IA? ¿Con cortesía, autoridad, o indiferencia? Erik señala que, a medida que nos vinculamos, nuestra relación con el objeto va sufriendo modificaciones; la interacción no es estática, al inicio, quizás nos acercamos con escepticismo o cautela a estas interfaces, y conforme nos familiarizamos, ajustamos el trato. Es un reflejo de la concepción de nuestras conexiones.
Retomando el planteamiento de Foucault, desarrolla la idea de que todo vínculo implica una dinámica de poder. De esta manera, al hablar, naturalizamos la conversación a partir de la interacción. Nuestro temperamento no es solo una cuestión de preferencia, algunas personas replican la forma en la que interactúan, y otras, ven este espacio como un lugar en el que se expresan como no se les permite allá afuera.
Capitalizando tu discurso.
“Lo artificial está al servicio del capital, no le interesa lo humano”, Erik ve esta herramienta como un beneficio, no obstante, reflexiona sobre las verdaderas motivaciones de este avance, que termina por beneficiar a las corporaciones, antes que a la sociedad. En la ficción, vemos cómo la tecnología se jacta de ser “la salvación” de la humanidad, pero en realidad, el impacto ambiental de las IA no es positivo, requieren grandes cantidades de energía para operar.
El algoritmo necesita datos para moldearse, y el mercado ataca directamente en nuestras necesidades, construyendo un producto que logre seducirnos. Como ejemplo, señala los avances tecnológicos que nos ofrecen la sensación de compañía, la ilusión de una conexión; nosotros accedemos desde nuestras carencias, permitiendo la cosificación del ser, pero habría que observar por qué lo hacemos, ¿qué nos hace identificarnos?, ¿qué hay en nuestra historia de vida?, ¿cuál es nuestra relación con la soledad?
El laberinto de la psique.
A través de un recorrido teórico, Erik observó que la psicología suele confundir su objeto de estudio, enfocándose en la mente (memoria), y no en la psique, que etimológicamente hace referencia al ‘soplo del alma’. Volviendo a la idea del comercio, la película ‘Intensamente’ utiliza la narrativa del cerebro como una biblioteca de archivos, o una memoria de almacenamiento.
Él lo plantea como un iceberg, donde la mente es la punta (lo que es visible), pero no hay forma de acceder al soplo del alma, que sería la base, sostiene que la psique puede ser el lenguaje en sí mismo y sus efectos en la experiencia humana; no puede replicarse, pues guarda sesgos, imposibilidades y contingencias.
“La memoria se desenvuelve gracias a la psique, al lenguaje y a la posibilidad de rememorar; en la psique hay algo que no termina nunca de estructurarse, cuando se estructura, ya es otra cosa”.
La imagen habló, mil palabras callaron.
¿Has escuchado la famosa premisa “una imagen vale más que mil palabras”? Erik evidencia un fenómeno muy interesante: los memes en redes sociales. En los últimos años, el humor que circula en internet nos engancha a través de la identificación, es curioso que un meme venga y supla los discursos.
Con expresiones en tendencia como “yo ese”, manifestamos afinidad con el contenido que compartimos, exteriorizando nuestro sentir por medio de imágenes, inclusive difundimos material alusivo a situaciones que no hemos vivido, pero generan cierta fantasía; comenzamos a reformular nuestra narrativa.
Las repercusiones son graves, comienza a volverse más complicado describirnos a nosotros mismos, sostener y armar un discurso para el sujeto es algo sumamente importante, más allá de las imágenes, debemos reforzar nuestra identidad por medio del lenguaje.
El panorama parece mostrar que esta serie de transformaciones tecnológicas y sociales impactarán en las próximas generaciones, de manera que será más complicado hacer una descripción de sí mismos.
A su imagen y semejanza: el molde de nuestras fantasías.
La etimología de ‘narco’ remite a la ensoñación, o adormecimiento, accedemos a los narcóticos para encontrar el estado en el que se producen los anhelos. La IA responde a las fantasías, como en el caso de los chatbots que simulan una conversación; por ello, Erik lo posiciona en el campo de lo imaginario. Nos sumerge en un trance donde lo imposible parece alcanzable.
Para cerrar, nos comparte una idea encontrada entre sus lecturas: Las IA podrían tomar conciencia, pero nunca podrían amar. Amar es un asunto que va más allá de lo consciente, está en el desconocimiento.
Los avances tecnológicos nacen de la razón, pero el amor habita en lo indefinido. Lo que nos diferencia de este futuro automatizado es la esencia. Solemos enamorarnos sin comprender del todo qué se puso en juego, porque en el amor no cabe en el entendimiento.
“Cuando amamos, depositamos algo en el otro, quizás no hay correspondencia, pero sí reciprocidad. A mí me falta algo, no sé qué sea, pero asumo que el otro lo tiene”.