
Por: Daniela Leos
“La vergüenza debe cambiar de bando” – Gisèle Pélicot.
En la medicina del siglo XIX, la palabra feminismo era utilizada para describir la apariencia de un hombre enfermo de tuberculosis, asociando lo femenino con el cabello fino, la piel blanca y la escasez de barba. En 1872, Alexandre Dumas lo acuñó para burlarse de los hombres que apoyaban la igualdad de género, posicionando el tema en un contexto tanto social, como político. Y 10 años después, Hubertine Auclert resignificó esta palabra, utilizándola para visibilizar la lucha por los derechos humanos.
La historia ha sido transformada gracias a aquellos discursos que desafiaron el status quo. Al igual que el tiempo, este avance sigue su curso, siendo alimentado por las voces de otras generaciones, es por ello que el activismo sigue en pie, con preocupaciones distintas, y escenarios actuales.
Recientemente, mis redes sociales se han llenado de post y frases alusivas al 8 de marzo, ¿una celebración?, ¿una conmemoración?, ¿una constante lucha?, ¿qué nos hace seguir en pie año con año?, sé que cada una resiste desde su trinchera, y este deseo de seguir luchando, nos revela algo, pero ¿qué es?
¿El machismo ya pasó de moda?
Puede que muchas veces, satanizar una duda, se convierta en el núcleo de la desinformación, o la ignorancia. Es importante continuar cuestionándonos todos los días, pues la introspección es la madre de nuestras convicciones.
En marzo, por momentos, parece que el miedo cambia de bando, días en los que los violentadores temen ser vistos sin su máscara de impunidad, el disfraz que los protege. El tendero de denuncias nace como una estrategia para exhibir a los transgresores, y también, para ayudar a dar voz a las víctimas a través de la colectividad.
Y sí, durante días nadie desea ser amigo del agresor; éste es desplazado de la sociedad por su entorno. Desafortunadamente, las horas transcurren, el tendedero se quita y ocurre una especie de memoria selectiva, durante los meses siguientes parece que su falta fue olvidada, veremos al agresor compartiendo risas con sus amigos, viendo publicaciones en Facebook mofándose sobre su “funa”, es como si el tiempo hubiera disuelto la indignación; la víctima mantiene una herida abierta, y el opresor borra sus “cicatrices”.
Y el problema no es el tendedero, ni el feminismo está mal direccionado, es la roca firme de la indiferencia lo que normaliza la violencia, y abriga la impunidad. No podemos seguir resignándonos a que el viento se lleve los recuerdos. La lucha feminista no puede ser efímera, el activismo no busca likes, ni compartidos, no es una etiqueta, ni es un color, ¡mucho menos una estrategia de marketing!; el feminismo es un compromiso. Y no nos equivoquemos, no es que no se puedan cometer errores, podemos tropezar, pero no andar por el camino sin conocer el rumbo, o pasar desapercibidas nuestras huellas.
No somos viento, somos tempestad.
En algunas ocasiones, parece difícil encontrar un motivo para continuar, pues se nos repite constantemente que “estamos atrapadas en un ciclo infinito de denuncias”, “que no llegaremos a ninguna parte”, “que el feminismo ya construyó sus cimientos, y no hay nada más por hacer”.
Pero los datos no mienten, y el derecho a votar conseguido hace un poco más de un siglo no es lo único que se ha logrado; los permisos de maternidad, la igualdad salarial, las medidas contra acoso, y la tipificación del feminicidio no han llegado por arte de magia, ha sido el trabajo de años de lucha y valentía, eso no significa que todo esté hecho.
De acuerdo con el estudio “Women in Business 2025” de Grant Thornton, solo el 38.9% de las mujeres ocupan un cargo de alta dirección en México, esto significa que una joven que inicie el día de hoy en el campo laboral, “tendrá que esperar más de un cuarto de siglo para ver un liderazgo equilibrado en las empresas del mercado medio”.
El feminismo es vigente, existen cientos de razones, yo lucho por las mujeres en guerra, por las víctimas de abusos, por las afrodescendientes, las indígenas, por las desaparecidas y las víctimas de feminicidio, por las niñas que sufren, por las mujeres transgénero, por las que no pueden tomar decisiones sobre sus propios cuerpos, lucho porque me es inherente, porque si no grito, estaría traicionándome a mí misma, porque callar no es una alternativa, ¿tú por qué luchas?
No te acostumbres al ruido.
El privilegio algunas veces nos nubla la empatía, por ello, suele fatigarnos la indignación y el compromiso cuando nos acostumbramos a él. Hacemos familiar las comodidades de nuestro círculo social, y olvidamos que hay una lucha pendiente.
La apatía suele ser un problema grave cuando hablamos de feminismo, porque aún queda mucho por hacer. Hay que evitar que los discursos se vuelvan monótonos, como individuos podemos aportar diariamente; continúa informándote, cuestionando tus propios sesgos, actualizándote sobre las problemáticas actuales, no des por sentado tus conocimientos, fomenta el diálogo con tu entorno, impulsa cambios a través de tu actuar: donando, creando, o siendo voluntario. Pues, reivindicar esta lucha es lo único que avivará la llama de la justicia como sociedad.