
Por: Daniela Leos.
Érase una vez una explosión masiva que marcaría el origen de todo, según lo postulado en la teoría científica del Big Bang, este evento sería conocido como el nacimiento del cosmos. Por su naturaleza, se especulaba que eventualmente su expansión comenzaría a desacelerar, sin embargo, una fuerza intrínseca, le impedía frenar su esparcimiento, por el contrario, ¡parecía obligarlo a crecer!, desafiando toda lógica planteada. Es gracias a la ciencia, que hoy podemos nombrarle ‘energía oscura’.
Durante años, los investigadores se han dedicado a buscar el porqué de dicha energía, el siquiera entender cómo actúa es un reto en todos los sentidos. Es difícil comprenderla, siendo que contradice el entendimiento clásico gravitacional, regularmente la fuerza de atracción dicta que después de una explosión masiva, su consecuencia sería contraerse, pero esto no sucede en la práctica.
Un mundo ambiguo, regido por reglas no escritas.
¿No te parece absurdo buscarle finalidad a un universo que no exige ser comprendido? Como seres humanos, nos enfrentamos diariamente a la constante búsqueda de respuestas, por más inciertas que estas puedan parecer. Es aquí donde el nihilismo nos abraza con calidez, cuestionando si realmente vale la pena encontrarle un sentido a todo aquello que envuelve la vida.
Esta corriente filosófica abre diversas vertientes, y hoy nos adentraremos en la optimista, en donde se bosqueja que, si realmente no existe un propósito predeterminado, no vale la pena torturarnos por siempre, tratando de buscar un porqué.
Este vacío de respuestas nos da una oportunidad única: la libertad de explorar el mundo a nuestro ritmo. Si lo vemos de esta forma, dejamos de presentarnos como seres desorientados, o carentes de intención, más bien, guardamos en el alma un lienzo en blanco destinado a teñirse con nuestras ilusiones, y pasiones. Es imposible fracasar, porque no hay una meta certera.
Es cierto que los objetivos que establecemos nos llevan a sentirnos realizados. Abriendo el corazón, les compartiré una anécdota que ilustra esta sensación: Recuerdo que en mi primera partida en Los Sims 4 (un videojuego de simulación), diseñé un personaje a mi imagen y semejanza. Francamente, había muchas opciones que no tuve la oportunidad de explorar, no entendía el propósito de las misiones diarias, ni me esforzaba en complacer los deseos del avatar, parecía que nada era suficiente y, eventualmente, mi personaje falleció. Seré honesta, me dejó con una sensación de intranquilidad, pues no es sencillo ver como un píxel que representa tu esencia, muere sin trascender, como si lo único que velara por él, fuera un constante grito de incertidumbre.
Y es que va mucho más allá de un deseo de disfrutar el juego, esto se convirtió en un parteaguas, por tonto que parezca. Me di cuenta de varios sesgos que arrastraba en el día a día, como una mala distribución del tiempo, un desbalance en mis prioridades, o no tener una ambición clara, y antes de que esto parezca demasiado personal, todo iba encaminado a la insatisfacción de no cumplir con mis anhelos.
¿Cuál era mi voluntad? Ser feliz, nada más que eso. A veces parecía ser que la clave era satisfacer mis necesidades inmediatas, y algunas otras, sufrir un poco, para alcanzar aquello que pretendía como plan de vida. Cuando lo entendí, cada sesión era más llevadera, y el juego comenzó a ofrecerme oportunidades, antes que limitaciones.
Y… ¿Vivieron felices por siempre?
Camus establece que “lo absurdo nace de la confrontación entre el llamamiento humano, y el silencio irrazonable del mundo”, así que puede que la mayoría de las respuestas que buscamos, no tengan la profundidad suficiente para satisfacer nuestras demandas, sencillamente porque al cosmos le son indiferentes, pero esto no hace que su existencia carezca de valor.
En esta era de la inmediatez, a veces puede parecer que cada duda que surge en nuestra cabeza ya fue resuelta, pero términos como la ‘energía oscura’ nos recuerdan algo nato del ser humano: no todo está resuelto. Hay tantos temas allá afuera llenos de incógnitas por descubrir, ¡y qué alivio!, son motores que nos invitan a cultivar nuestra capacidad de asombro.
A estas alturas, te habrás percatado de que efectivamente, la fe y el raciocinio también han fungido como pilares para el descubrimiento. Aunque la ciencia nos permite explicar una gran parte de los fenómenos que suceden, tiene sus límites, es curioso que se utilice para descalificar otras formas del conocimiento, deduciendo que solo aquello que es medible y replicable, puede ser válido. Sería interesante considerar: ¿Quién soy cuando la certeza desaparece?
Un puente hacia lo desconocido: entre astros y comunicación.
Las incógnitas le permiten al individuo analizar y crear argumentos para generar conocimiento. Es la necesidad de conectar con nuestro entorno, quién da vida a la comunicación, inclusive antes de poder sostener un diálogo, se trataba de transmitir mensajes con las herramientas disponibles.
El lugar que ocupa la dicha ciencia en este tipo de tópicos no frena en la divulgación científica, sino que abre un largo camino de reflexión, pues nuestra opinión se construye a través de nuestras creencias, discursos, valores e inclusive, prejuicios. Va mucho más allá de resolver una pregunta, da pie a la creación de espacios en donde múltiples narrativas coexistan y enriquezcan al fruto del saber.
Sin esta interacción, nuestras ideas estarían en un bucle, sin la capacidad de conectar o ser debatidas. La incertidumbre en la comunicación no es una barrera, sino quizás un viaje espacial, que, a pesar de las turbulencias y falta de oxígeno, nos permite visualizar nuevos horizontes.