
Por Michelle Zapata
Ilustración de Jaime G. Rueda
Cada persona es un pequeño universo o, como lo denominaban los antiguos filósofos griegos, un microcosmos, porque todos se desarrollan y coexisten en un universo más amplio el cual puede afectarlos debido a sus procesos naturales y sociales. El universo se expande, evoluciona, por lo tanto sus cambios pueden marcar a una generación; en ocasiones, de una manera tan abrumadora que empiezan a requerirse iniciativas para su control. Tal es el caso del inquietante aumento del desequilibrio en la salud mental de la población.
El siglo XXI se ve caracterizado por la concientización hacia la importancia del bienestar mental a través de campañas de salud, charlas y conferencias para instituciones académicas, empresas u organizaciones e incluso en narrativas audiovisuales que tienen como fin no sólo el visibilizar, sino también aminorar en el público la soledad, el cansancio y la incomprensión. Sensaciones que cada día se vuelven más crecientes.
Concientizar sobre este ámbito, en una primera instancia, implica empezar a reconocer que existe la depresión, la ansiedad, el trastorno bipolar… En sí, un acercamiento informativo a los 400 trastornos mentales identificados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de los cuales los dos primeros resultan ser los de mayor diagnóstico a nivel mundial, teniendo una cifra de 280 millones de personas tan sólo para la depresión en el 2024. Sin embargo, ¿por qué, a pesar del esfuerzo que se ha estado realizando, el desequilibrio sigue en aumento?
Contrario a lo que se opina, un trastorno mental no es cuestión de actitud. Una persona no lo desarrolla porque “es de mente débil” (prejuicio fomentado aún hoy en día). En realidad se ven involucradas variables como la genética, la química del cerebro y un factor tan fundamental para la comprensión de esta crisis en la actualidad: las características de nuestro universo o, dejando a un lado la analogía universo-sociedad, de la sociedad contemporánea.
Para Byung Chul Han, filósofo sur coreano, cada época tiene una enfermedad que la caracteriza. Él sugiere que el padecimiento que distingue al siglo XXI son los trastornos mentales ya que encuentra una íntima relación en el aumento de estos y fenómenos sociales como la tendencia actual en las personas de ignorar “emociones negativas” (una consecuencia de lo que él llama positividad tóxica), la explotación laboral, la romantización del rendimiento donde la inactividad o el descanso son vistos como características de personas que no progresan, etcétera.
Los expertos en esta área y sus pacientes llevan a cabo su lucha por la salud mental en un mundo que parece imposibilitarla debido a las constantes desigualdades sociales, económicas, políticas, de género, entre otras, y los discursos que las justifican. Entonces ¿cómo decirle a alguien con depresión que es válido descansar si los estándares de la sociedad se encargan de recalcar que seguir trabajando es la única manera de alcanzar el éxito (traducido en mayor poder adquisitivo)?
¿Cómo pedirle a las personas que no tengan preocupación en admitir las emociones que les generan algún malestar si en las redes sociales se difunde contenido de un optimismo inquietante que les hace relacionar a una persona triste, cansada o sin proyectos como alguien de poco valor?
¿Cómo evitar que los jóvenes no se consuman en la ansiedad por el futuro si viven en la inmediatez de la información, con la cual se percatan que la situación económica y política de su país no es beneficiosa para la mayoría, sino para unos cuántos?
Porque tampoco será sencillo lograr una atención psicológica digna cuando se vive en precariedad económica, la cual impide solventar una consulta en una sociedad, o universo, como México, donde es difícil conseguir espacio en los servicios de salud pública, teniendo en cuenta el registro de 35 millones de mexicanas y mexicanos que experimentaron un episodio depresivo el año pasado según el Instituto Nacional de Estadísticas y Geografía (INEGI).
Lo externo repercute en lo interno. El gran universo al que pertenecemos ha logrado afectar a varios microcosmos, personas en crisis que intentan sobrevivir en una modernidad exigente que pide mucho de ellos, pero donde las oportunidades parecen ir agotándose. En palabras para nada poéticas, el individuo se ve perjudicado en su salud mental debido a factores estructurales.
Todo tiene su causa y consecuencia, por lo tanto resulta esencial cuestionarse qué hay en esta sociedad, cómo está estructurada, qué discursos nos rigen hoy en día como para haber generado un desequilibrio colectivo en el bienestar mental que no hace más que expandirse.