Comunicar el amor en 2025: Crónica del Día del Amor y la Amistad en la FCC

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Por: Michelle Zapata

Faltaban más de veinte minutos para el alba, las primeras clases aún no iniciaban. 6:40, marcaba el reloj, tan sólo dos salones en la FCC estaban encendidos y en total había seis alumnos. Pero, a pesar de ello, varios mostraban algo en común, bolsas de regalos de diferentes tamaños. Incluso, uno de ellos comenzó a ofrecer los artículos de su emprendimiento para ese día: galletas en forma de corazón con glaseado rosa y blanco. Era viernes 14 de febrero, día de San Valentín o del amor y la amistad y a tan temprana hora ya se manifestaba en los alumnos de la institución.

A las 7 am ya no eran sólo dos salones con las luces encendidas, sino cinco. Los pasillos, veinte minutos antes en silencio, fueron cubiertos por el sonido de los pasos, las primeras risas de la mañana, saludos y preguntas que reflejaban el mismo interés del día: ¿Quién te tocó en el intercambio? ¿Para quién es ese ramo? ¿Qué me vas a regalar? Algunas de esas preguntas eran contestadas con sinceridad; otras, se mantuvieron en el suspenso.

Cuando el sol al fin intentó iluminar el día a pesar del clima nublado, la primera hora de clases había finalizado. La facultad ya no era la única con las puertas abiertas, a las 8 am, la cafetería ya estaba lista para recibir a cualquiera con ambas puertas de par en par y el interior cubierto de pétalos de rosas rojas esparcidos por el suelo que acompañaban al decoro que semanas antes empezó a anunciar el 14 de febrero: globos plateados y rojos colgando del techo.

En esa primera hora de descanso que aprovecharon algunos alumnos para desayunar, ninguna mesa fue ocupada por una persona, fueron tomadas por grupos de amigos de los cuales dos, por separado, decidieron entregarse los presentes que llevaban para un intercambio. Dos grupos de amigos diferentes, dos grupos de amigos que reían y se abrazaban. Las primeras muestras de amor en la cafetería eran a través de la amistad. Sin embargo, a los minutos, un ramo de flores llegó a su destino.

A medida que el tiempo transcurría, el ambiente que aclamaba ese día se manifestó con mayor precisión. Ya no eran sólo los regalos, ni los adornos, ni las constantes muestras de afecto lo que anunciaba la celebración; los colores empezaron a ser evidentes, a manifestarse, a comunicar su motivo en la vestimenta, principalmente, de las alumnas, algunas maestras y empleadas de la institución. El rojo cautivador, el blanco inocente y el negro de la elegancia se combinaron en los atuendos. Una comunicación silenciosa, pero visual que parecía enunciar “yo también celebro al amor”.

El cariño se mostraba más que cualquier otro día, lo mismo que la felicidad e incluso el reconocimiento hacia las y los compañeros con los cuales no se suele entablar una conversación a menudo. Hubo quienes regalaron dulces a todos aquellos que veían pasar y con quienes llegaron a conversar en algún momento aunque fuese de manera breve.

Como si se tratase de una tendencia propia, ya fuese innata o desarrollada por ser alumna o alumno de la FCC, la comunicación del cariño y del festejo era constante, parecía no terminar, se escuchaba y se veía en cada pasillo, salón y en la biblioteca.

Todo continuó de esa manera hasta que al medio día, por la entrada de la facultad, llegó el más grande regalo hasta una banca cerca de la cafetería: un mariachi dedicado a una alumna que fue sorprendida y a quien su emoción le tornó sus mejillas del mismo color que la celebración, mientras su amplia sonrisa delataba su felicidad y el probable reconocimiento de la persona que mandó su afecto a pesar de no haberse presentado.

El alumnado no tardó en reunirse cerca para presenciar esa inigualable muestra de cariño. Entonces, lo que en un principio fue planeado para una sola persona, pronto se convirtió en el espectáculo no planeado para toda la facultad.

Las canciones entonadas por el mariachi no hizo más que avivar el romance en las parejas que se encontraban ahí, como si a través de las letras no sólo se estuviese recordando a la alumna lo especial que era su existencia para alguien más, sino también a todos aquellos que, de pronto, se abrazaban, juntaban sus labios y entrelazaban sus manos.

Alumnos y alumnas se asomaron desde el segundo y el tercer piso del edificio A para presenciar el espectáculo; maestras y empleados salieron de sus oficinas. Todo se había convertido en unión y comunidad por los efectos de una misma muestra de amor.

Al mariachi se unieron varias voces al coro de los clásicosCien años y Un millón de primaveras. Ya no eran los regalos, las muestras de afecto físico o la ropa lo que comunicaba lo especial de ese viernes. La música regional mexicana tomó el protagonismo siendo la cúspide durante casi dos horas de la celebración en la facultad.

Cuando el mariachi se despidió, la congregación que celebraba al amor aplaudió y se fue disipando. Gran parte del alumnado se retiró de las instalaciones, algunos permanecieron para terminar las últimas clases del día. Se había vivido, sin planearse, un momento de unidad por una misma emoción. La tranquilidad había regresado y como si el mariachi se hubiese llevado todo el interés por el amor, un alumno preguntó a su compañero: ¿Hay tarea para el lunes?

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