El paso de María Luisa y Alicia por El Cóporo

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Por Alicia Pichardo

El eclipse solar del 14 de octubre de 2023 me llevó a la puerta de la comunidad de San José de Torreón en el municipio de Ocampo, a unos cuantos kilómetros de El Cóporo; sitio arqueológico que forma parte de la región cultural llamada Tunal Grande. Era temprano y el cielo de la mañana seguía bastante gris, todos los que habíamos comprado el tour nos preguntamos si realmente llegaríamos a ver el eclipse por lo nublado que estaba ese día. No obstante, nos alegró que sirvieran el desayuno. Nos llevaron dentro de una casa que hacía como museo y tienda de antigüedades y recuerdos, en la parte trasera había un saloncito con varias mesas de madera y baños. Tal vez era la casa más grande de la comunidad aparte de la hacienda en ruinas que estaba justo enfrente. El desayuno fue justo como lo esperaba, delicioso y bonito. Ese día tenía muchas ansias de probar aquel café de olla y el atole, los guisos de queso fresco, huevo, frijoles, arroz y chicharrón —aunque no me gusta— y tortillas hechas a mano acompañadas de una salsa de jitomate y cilantro.

Entre el espacio del comedor y las manos que se pasaban platos de barro y plástico, al igual que la rejilla amarilla donde se encontraba el tan ansiado pan dulce, los cuadros colgados de mariposas, casas y lagos, se encontraba la cabeza que había organizado el tour: la señora María Luisa. Llevaba su pelo trenzado y pasaba entre nosotros para asegurarse de que todo estuviera bien y recibirnos de la mejor manera. Recuerdo que su plática era alegre y risueña, su sonrisa iluminaba el espacio de las cazuelas, y en sí, todo el salón.

El camino era un tanto plano, el típico campo semiseco, uno que otro árbol y casitas coloridas junto a la carretera. En esos treinta minutos de viaje el sol salió y se escondió un par de veces, la esperanza de ver el eclipse seguía en duda mientras yo me cuestionaba qué era exactamente lo que esperaba ver. Nunca había visto un eclipse como se debe. ¿Qué era lo que pasaría después? Espiritualmente me hubiera gustado sentirme liberada de las cargas del pasado y buscar un nuevo ciclo de vida. Muerte y renovación por la conexión de la oscuridad y la luz. Eso esperaba, un viaje de paso hacia algo nuevo.

Iniciando a los pies del recorrido, el guía nos hablaba de los restos de los hogares y talleres para los agricultores, artesanos y comerciantes. Siguió contándonos del descubrimiento de los fogones de las cocinas y de un aproximado de cómo pudo ser la vida de todas estas familias. En su tiempo, la protección del pueblo y la privacidad del hogar estaban resguardadas por paredes enormes de nopales. Ese detalle hacía del lugar algo más laberíntico. Lo mejor de todo es que aún se conservaban varias de esas paredes vivas. Nunca pensé que los nopales pudieran aguantar tanto tiempo. En el momento que estoy escribiendo esto, me ha llegado a la mente la idea de que lo que viene de la tierra tal vez no sea inmortal, pero sí es cíclico y puede estar en constante renovación y no morir jamás. ¿Es posible que esos nopales estuvieran desde hace siglos? Nopales eternos y prehispánicos, sin duda mucho más grandes que yo.

Toda la geografía del lugar fue un factor estratégico para la proliferación del pueblo, la estructura de los templos y viviendas de los sacerdotes y líderes junto a sus familias. Estas se construyeron a modo de terrazas y escalinatas para estabilizar el asentamiento. Cada nivel tenía terrazas hasta la cima donde se encontraba el templo principal de veneración hacia el sol. Se realizaban distintas ceremonias religiosas o actividades de culto hacia la naturaleza, para el ocaso, el agua, el viento y el sol. Justo cuando pisamos el primer nivel, el del ocaso, que se utilizaba para el estudio de la posición del sol, las nubes decidieron disiparse para darnos la oportunidad de ver el eclipse. Ya estaba pasando de su punto máximo y solo quedaban unos minutos antes de que todo terminara.

No tuvo la importancia que yo esperaba, era mi primera vez viendo un eclipse, pero lo sentí casi cotidiano. En ese momento pensé que todavía me queda tiempo para ver otro que mueva algo en mí, que me empuje a algo nuevo. Seguí el camino de tierra hasta llegar a la señora María Luisa. Nos relataba de la siguiente parada, la cual era un manantial entre la escalinata del ocaso y la terraza del viento en donde se practicaba la herbolaria medicinal y la curación de enfermos. La señora María Luisa nos hizo notar pequeños molcajetes hechos directamente en el suelo a las orillas del manantial. Ella aseguraba, por experiencia propia, que la zona del Cóporo tiene una tradición medicinal. También, el conocimiento de que este lugar posee la habilidad de mejorar de adentro hacia afuera espíritu y cuerpo. Ella se había ido hacia el otro lado, y aunque no me relató con exactitud cómo llegó allá y la vida en Chicago con su familia, sí abordó la necesidad que tenía de atenderse una dolencia.

Alma cansada y corazón perdido se notan en nuestros cuerpos que, de poco a poco, por el ritmo de vida tan desenfrenado que llevamos, nos acaba lentamente. Le dolían los pies cuando llegó de regreso a Ocampo. Esta es una historia la cual no gira alrededor de la migración: no relataré los hechos que llevaron a María Luisa a irse a Chicago para luego regresar a su tierra por dos razones. La primera es porque ella se reservó tantos detalles como pudo de esa historia, y la segunda, porque este relato de eventos es para contar la búsqueda de algo más allá de la esperanza de encontrar el sueño americano y las oportunidades de los migrantes. ¿Qué haces con esas oportunidades cuando llegan a ti, pero no puedes encontrarte a ti mismo? Puede existir una familia, un hogar, una vida. ¿Puede ser lo suficiente para estar satisfecho? Claro, pero María Luisa aun con esto se preguntaba su lugar en el mundo. Hay algo más en toda mujer y su lucha.

El regresar a lo conocido, a su comunidad, no solo la sanó del cuerpo sino también de su corazón. Ella misma decía que ahora era el color amarrillo, risueña, enérgica y alegre. Llegué junto a María Luisa a la terraza del viento, nos dijo que las dos columnas de roca que enrollan el espacio hacen que el viento se forme en espiral. Ahí me imaginé que en esta pequeña plaza se festejaba con mucho movimiento, baile y música.

“Tamborcito tamborcito, ayúdame a cantar

Tamborcito tamborcito, ayúdame a cantar

Para que salga la voz, para que salga la voz, para que salga la voz

Y llegue a donde tenga que llegar

Al corazón de mi hermano, al corazón de mi hermana

Al corazón de esta tierra, al corazón, al corazón”.

Después de que cantara, decidí acercarme y preguntarle sobre ella. Fue una niña que creció en la ciudad de México, pero que en cada verano la mandaban a ella y sus hermanos al rancho y ahí disfrutaban tardes nadando en el río. Es lo que carga como un recuerdo preciado. Creció por las responsabilidades de su rol en la familia, el rol que su madre también tuvo sobre ella. Se casó y tuvo hijos, siempre se había sentido fuera de lugar por las palabras relacionadas a su cuerpo, su educación, sus habilidades y su edad. Todo aquello era criticado por las personas que la rodeaban, más que nadie ella misma y su marido. A pesar de ese sentimiento de no ser suficiente, el seguir adelante y esforzarse siempre ganó. Trabajó duro y lo seguirá haciendo porque eso es lo que le gusta. Al regresar a San José de Torreón dejó a su familia en Chicago y los extraña, pero sabe que ese lugar que tenía ya no es para ella, pues se dio cuenta que toda su lucha es lo que siempre ha sido. Su esfuerzo es ella. Ahora con 54 años es senderista y guía de turismo. Fue delegada y secretaria de ejido. Hace zumba, va al rosario, está dentro de la liturgia y el catecismo. En su comunidad se desenvuelve dentro de lo político, social y religioso. En aquel momento de la entrevista era presidenta de prevención social, brigadista de primeros auxilios y por un tiempo también fue vendedora de Yakult.

“Aquí me siento con mis metas y logros personales como mujer, como ser humano. Te pueden decir que no sirves para nada, que estás vieja o gorda y que estás deprimida, pero, ¿qué crees? Esta es otra vida, es otra oportunidad de hacer algo. Como somos mujeres de comunidad muchas veces no se estudia, la gente dice: ¿para qué? Aquí se pone la muestra que sí se puede, de que nosotras tenemos mucho potencial. Aun con mi edad yo sé que todavía me queda mucho por hacer, es otra oportunidad de vivir”.

Eso es lo que platicamos en la cima, en donde estaban los cimientos del templo más especial del Cóporo, y luego bajamos por un sendero entre cerros. El día quería volver a nublarse, pero durante todo el trayecto el sol pudo resistir y darle parches de luz a la tierra, en segmentos. Luz y sombra en un solo paso. Aunque yo ya había dejado de grabar seguimos conversando. Para María Luisa, todos los hechos de nuestra vida llegan a ser causalidades o más bien diosidades que nos dirigen por el camino que debemos seguir si es que podemos escuchar. Como mujeres, aunque no todas iguales por origen o clase, las experiencias más universales son la cadena de madre e hija, la responsabilidad de los cuidados y las vivencias o micromachismos que ejercen los hombres como padres, amigos, maridos o hijos.

María Luisa dio un paso valiente el cual fue dedicarse a sí misma y su relación con Dios, el cual encontró entre la naturaleza y los dioses del Cóporo. Ambas nacimos dentro de la fe católica: ella conservando su creencia y práctica, y yo, siendo una mezcolanza de mis propias experiencias con Dios. Nos sorprendió nuestra conclusión al sentimiento de estancamiento que tanto nos mortifica al no creernos suficientes, o más bien aquellos que nos hacen creer eso. Las mujeres tenemos nuestra relación con la tierra y la naturaleza, el cual es un acercamiento a Dios. No porque lo intentemos buscar para encontrar respuestas o consuelo, sino porque nacemos mujeres con esta conexión que, al relacionarnos en paz, solas o tristes con un espacio natural, nos damos cuenta que las expectativas con otros no son relevantes y que tenemos el poder de decidir nuestro camino. Así, dejamos atrás lo que no nos aporta. Sea lo que sea: el pasado, el arrepentimiento, la muerte, el tiempo, la sociedad o un hombre. Todo esto puede quedar atrás en la búsqueda de nosotras mismas como seres que sienten y que viven como pueden.

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