Por: Daniela Leos
Azúcar, flores y muchos colores, es así como diciembre suele recibirnos, trayendo consigo un recuento de lo hecho, y lo no dicho. Los últimos días del mes que dispara magia (y recibos de luz), tienden a cobijarnos con aires de nostalgia y reflexión, para dar paso al siempre enérgico enero.
Es sano diseñar metas de año nuevo, pues son los sueños quienes nos mantienen vigentes, los encargados de avivar la juventud que nos habita, y de fortalecer los pilares que nos sostienen. Sin embargo, ¿te has planteado por qué es tan difícil cumplir aquello que nos proponemos en tiempos de quietud?
He aquí el manual para que nuestras ambiciones parezcan llevar fecha de caducidad: crear nuevos hábitos sin pensar en la sostenibilidad de los mismos. Ya que habrá días en los que nuestra rutina nos permita tener tiempo para correr un maratón, y habrá otros en los que no podamos ni concebir un pequeño intervalo libre para permitirnos llorar.
El precio de no saber descansar: cuando la quietud es una deuda costosa.
Dentro del taoísmo, existe un término al que se le conoce como “Wu Wei”, que podría ser descrito como el “no obrar”, nos enseña a respetar los ritmos naturales del día a día, en lugar de combatirlos. Dentro del “Tao Te King” (el escrito más importante para dicha corriente filosófica), podemos encontrar el siguiente fragmento:
“Por la constante pérdida, se llega a no obrar, no obrando, todo se cumple. Cuando alguien se ve obligado a hacer algo, el mundo ya está fuera de su alcance”.
¿Esto nos enseña a resignarnos y considerar la tibieza como nuestro nuevo estilo de vida? ¡Para nada! Esta frase engloba una cálida invitación a ser más flexibles, a considerar la adaptabilidad como una aptitud que nos permite adquirir fuerza. Ser compasivos con nosotros mismos en el proceso de conquistar nuestras aspiraciones, nos permite reconocernos vulnerables y trabajar amablemente con las herramientas que tenemos a la mano.
El libro ilustra un ejemplo muy claro sobre esto, donde nos deja saber que la suavidad siempre vencerá a la dureza. Es por ello que, el agua, a pesar de su maleabilidad, es capaz de partir una roca por la mitad, siendo constante y consistente.
En otras palabras, es crucial aprender a estar en paz con el curso natural de las situaciones, la inactividad nos permite observar y disfrutar de todo aquello a lo que no tenemos acceso en la vorágine diaria. El reposo también puede ser un refugio, no necesitamos producir todo el tiempo para merecer nuestras aspiraciones. Hay personas que suelen jamás encontrar la paz en el descanso, y esto tiende a ser riesgoso, una vida agitada suele cobrar factura, y a como va inflación, no podemos exponernos de tal manera.
…¡Y ahí va!, te libero de mis sueños.
Es fundamental reconocer no sólo aquello que deseamos, sino también, aceptar que habrá cosas por las que sintamos que no vale más la pena continuar luchando, y lo maravilloso de esto, es que también es válido renunciar. Claro, sin olvidar jamás que vendrán nuevas proyecciones a endulzarnos el corazón en un futuro. Alguna vez Freud mencionó que había algo peor que los sueños perdidos… Perder el deseo de soñar otra vez.
Es un alivio despertar con un anhelo rondando por ahí, en cada pasillo de nuestro ser, una aspiración que nos ayude a conectar con nuestro entorno, a brindarnos una tregua de la realidad, al menos en ese espacio que dedicamos a imaginarla.
¿Qué es aquello que late en tu interior cuando el silencio toca tu puerta? Hay un par de frases que además de complementarse muy bien, nos recuerdan el regalo tan valioso que nos proporcionan nuestras ilusiones, la primera es de Benedetti, “cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo”, y la segunda, le pertenece a Sastre, “en ocasiones, lo único capaz de despertar a alguien, es un sueño”.
¡Podrán cortar todas las roscas, pero no detendrán los propósitos de año nuevo!