Por Sarai Tapia
Ilustración de Jaime G. Rueda
“Ahí está el detalle, que no es lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario” decía el famoso actor y comediante, Mario Moreno “Cantinflas”, quien gracias a su particular estilo de hacer comedia, dio pie a la existencia del verbo “cantinflear”, definido por la Real Academia Española como la “acción de hablar o actuar de forma disparatada e incongruente y sin decir nada con sustancia”, todo un referente cultural, ¿no?
Espectáculos, películas, novelas y series, han conformado la identidad humorística del mexicano, sobre todo gracias a la época dorada del cine, que se extiende de 1930 hasta la mitad de 1950. Carcajadas producidas por el ingenio de actores icónicos como Germán Valdés “Tin-Tan”, Pedro Infante, María Félix, Jorge Negrete, o el mencionado “Cantinflas”, siendo uno de los mayores expositores de este género, cuyas interpretaciones ofrecían una mezcla de sátira social, humor físico y crítica a las clases altas. Al tratar estos temas, sus producciones invitaban al espectador a reflexionar sobre su vida. De esta época de oro resaltan películas como El inocente con Pedro Infante, El Bolero de Raquel con Cantinflas, Escuela para solteras con Luis Aguilar o El niño perdido de Tin-Tan.
Estas comedias marcaron la pauta para los chistes que generaciones después aún se escuchan en la calle o en una reunión casual, un humor definido por una mezcla de escenarios diarios, figuras tradicionales y conversaciones ingeniosas, consiguió encapsular la identidad de una nación en cambio. Con el surgimiento de la televisión durante los años cincuenta, el humor que había ganado popularidad en la pantalla grande tuvo que ajustarse a un medio novedoso, y consecuentemente, a un público y formato distintos.
Cuando la televisión comenzó a ganar terreno, muchos actores y comediantes migraron a la “pantalla chica”. La televisión, al ser un medio más accesible y presente en los hogares, ofrecía una nueva forma de consumo del humor. Sin embargo esto presentó un gran desafío, pues, a diferencia del cine, que ofrecía un formato más largo y elaborado, los programas de televisión debían ajustarse a tiempos más cortos y a un público más diverso, lo que llevó a una transformación en los tipos de humor y la manera en que se presentaban las situaciones cómicas.
La comedia televisiva adaptó los elementos más populares del cine, como los personajes de barrio, los contrastes entre ricos y pobres, y el lenguaje cargado de dobles significados, pero en un formato más ligero y segmentado. Programas como Chespirito y Los Polivoces se convirtieron en una extensión de ese humor popular que había triunfado en el cine, aunque con un enfoque más familiar y menos crítico.
Uno de los principales cambios que trajo la televisión fue la necesidad de suavizar algunos de los elementos más transgresores del humor cinematográfico. La sátira política y la crítica social que caracterizaban a figuras como “Cantinflas” o “Tin-Tan” se diluyeron en la televisión, donde los contenidos tenían que pasar por filtros más estrictos y donde el gobierno jugaba un papel regulador. Esto resultó en un humor más blanco, más orientado al entretenimiento y menos confrontativo.
Algo que debemos tener en cuenta es que no solo la televisión desafío el cine de oro mexicano, sino también el cine estadounidense, según la revista Cámara periodismo legislativo en su artículo época de oro del cine mexicano argumenta que en la década de los 70 y 80 disminuyó la cantidad de cinematografía nacional. El fin de la industria cinematográfica mexicana fue de 1989 a 1994, debido a los cambios económicos de esos momentos, cuando se le dio relevancia primordial a los aspectos políticos y económicos.
La entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio (TLC) propició que llegaran productos de Estados Unidos y Canadá, primordialmente la cinematografía hollywoodense, que ponía en desventaja a México y ubicó a la cultura americana sobre la nacional. Y con la llegada de la televisión, la entrada de la política en esta y la globalización de esta programación provocó que el humor tomara un rumbo que era para todo público, y que a pesar de que si se trataban temas sociales ya no era tan seguido y se enfocaban más en comedia física.
Así que podemos decir que el humor mexicano en la Época de Oro del cine se basaba en una aguda observación de la sociedad, las clases y la cultura popular, elementos que fueron adaptados con éxito, aunque con ciertas restricciones, al nuevo medio televisivo. Aunque el cine ofrecía mayor libertad para la crítica y la transgresión, la televisión permitió que este humor se extendiera y se consolidara como una parte fundamental de la identidad mexicana. Ambos medios, a su manera, contribuyeron a la construcción de una tradición cómica que sigue siendo reconocible y valorada en la cultura contemporánea.