La vida de fotógrafa anónima, Vivian Maier: Documentar la vida puede trascender en el arte

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Por: Kenia Hernández

Fotografía: Vivian Maier

En la segunda mitad del siglo XX, la atmósfera urbana de norteamérica era retratada desde la discreta fachada de una niñera neoyorkina, anónima, excéntrica y aficionada a la fotografía: Vivian Maier. 

Sin duda, por lo poco que se sabe de su carácter y aún menos de su vida, es casi seguro que Maier hubiera preferido mantener bajo llave su tesoro antes que disfrutar la súbita fama post mortem de su obra. Pero, ¿quién puede evitarlo? Si su firma está en 150 mil negativos, que hablan de la única amateur en la fotografía callejera, a la altura de otros grandes como Diane Arbus y Robert Frank.

Desde sus tempranos 20s, la neoyorquina, Vivian Dorothy Maier forjó su pasión en la fotografía. A partir de 1956, como niñera en Chicago, viviría a la par de su oficio y una cámara Rolleiflex; paseando a los hijos de las familias que la empleaban. 

Ahora, quisiera detenernos un poco aquí: Vivian Maier nunca se despegó de su cámara. Su discreto modo de disparo a la altura de la cintura, le permitía pasar desapercibida a los ojos de lo que pasaba a su alrededor, pero se mantenía observadora, curiosa, cómica y muy fiel así misma. Así, también es muy consistente en su lealtad y perspicacia. Gustaba de retratarse a sí misma: autoexplorarse en el cuadro, entre sombras y superficies reflejantes.

¿A caso no es que hoy vivimos en la era de las selfies? ¿De los dumps y de la religiosidad del contenido de nuestras vidas expuesto en redes? Y aún así, ¿Cómo es que todo parece ínfimamente profundo y excesivamente igual?

Para la modernidad, los elementos gráficos y el lenguaje que emana de ellos, se han visto ocultos por un mismo formato: el café aesthetic, la foto coquette, las vibes, el fairy core y los estilos neutros. ¡Que ojo! No es que sean malos, mucho menos vacíos, por el contrario de ahí emana su éxito: la definición de un estatus, aunque uno uniforme y amigable para todos. Perseguir experiencias estandarizadas nos distrae la vista del acervo de nuestras vidas: una documentación rica en perspectivas multifacéticas y personales. 

La rígida exigencia para hacer que el feed de instagram se vea en armonía, puede trasladarse a un entrenamiento de lo que tú valoras como impacto. El análisis de tus películas favoritas, la exploración de tus emociones, la retrospectiva de tus vivencias, la fotografía de lo que etiqueta a tu cacho de mundo. Todo ello compone la propia narrativa de lo que, en esencia, agudiza el proceso creativo del arte.

Ahora, regresando con Vivian Maier: No es que ella se calificara como una artista. Lo que dejó atrás es más bien, un diario visual de reflexiones que no se limitaban a lo fortuito. Maier, perseguía en su proceso la satisfacción de sí misma, de su curiosidad y capacidad de asombro; más que de una personificación. Observaba meticulosamente sus objetivos y creaba su propio lenguaje (que después fascinaría al mundo).

Descrita por quienes la conocían como una acumuladora, recelosa de lo que mantuviera en la privacidad de su cuarto, su obra fue descubierta en 2007 por casualidad, luego de que se subastaran sus cosas pues se encontraba profundamente endeudada. Murió dos años después en total anonimato, el 21 de abril de 2009.

A pesar de que Vivian no presenció la trascendencia de su obra, su acervo profundiza en el enigma de una mente creativa y consistente que mantiene un sentido íntimo de fidelidad a sí misma. Con la misma cámara y la misma óptica constituyó su propia estética. 

Vivian Maier, no era solo una excéntrica que gozaba de almacenar periódicos bajo llave; era una artista que cultivaba la curiosidad por sus pasiones y sus tesoros. Siempre que pensemos: “¡Esto se ha retratado tantas veces!” “¡En mi vida no pasa nada interesante!”, pensemos en el diario surrealismo que nos rodea, una infinitud de posibilidades rutinarias, por escribir, por dibujar, por fotografiar. Así es como trascendemos en el arte.

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