La fórmula étnica de México

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Por Rolando Morales
Ilustración de Jaime G. Rueda

Los procesos migratorios han sido una constante en la historia de México, conformando una rica y diversa pluriculturalidad que ha enriquecido el tejido social y cultural del país. Sin embargo, a pesar de esta realidad, persisten desafíos en el reconocimiento y la inclusión de las diversas etnias y comunidades migrantes en la construcción de la identidad nacional. La deuda pendiente con las diferentes herencias ancestrales y culturales se hace evidente en un contexto donde la igualdad en la diversidad se erige como un imperativo para el desarrollo de un proyecto nacional incluyente y equitativo.

México exhibe una rica diversidad cultural que se arraiga en sus comunidades indígenas, descendientes de los habitantes originales del territorio antes de la colonización. Estas comunidades mantienen sus propias estructuras sociales, económicas, culturales y políticas, según lo establecido en el Artículo 2 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Según datos del INEGI, se registran aproximadamente 72 lenguas indígenas en el país, siendo el Náhuatl, Maya y Tseltal los más predominantes. Oaxaca, Chiapas y Yucatán son las entidades con mayor proporción de hablantes de lenguas indígenas.

La permanencia duradera de ciertas comunidades indígenas en sus tierras ha resultado en la preservación significativa de vastas extensiones en México. Su conocimiento ancestral sobre la biodiversidad y los recursos naturales también contribuye al manejo sostenible de estos entornos.

Por ende, es crucial fomentar el desarrollo sostenible en áreas forestales, considerando los derechos humanos, especialmente los colectivos inherentes a las comunidades indígenas. Estos pueblos, cuyas raíces se remontan a la era prehispánica, se caracterizan por su idioma, valores y sistemas sociales, políticos y legales que estructuran su vida y decisiones.

La interdependencia entre los ecosistemas forestales y las poblaciones indígenas es evidente, destacando que los territorios habitados por estas comunidades albergan los bosques más significativos del país.

Sin embargo, desde una perspectiva antropológica, el movimiento de personas y la interacción entre comunidades de diferentes orígenes han sido impulsos clave en el desarrollo de las civilizaciones. Estos desplazamientos humanos, junto con sus causas y efectos, constituyen el trasfondo fundamental de la Historia Universal. En ocasiones, el encuentro entre diferentes culturas ha resultado en situaciones de opresión y explotación, mientras que en otros casos ha llevado al aumento de la productividad y la expansión de los sistemas comerciales. En todos estos encuentros, la interculturalidad es inevitable, dando lugar a mestizajes y transformaciones culturales.

Nuestro punto de partida para examinar la cuestión de la inmigración en México se remonta al siglo XVI, cuando la expansión europea alcanzó una escala transoceánica. Los flujos migratorios posteriores a los descubrimientos condujeron a la interacción cultural y al mestizaje entre europeos, asiáticos, africanos y americanos. Cuatro siglos después, las nuevas naciones independientes, liberadas del dominio colonial, experimentaron nuevas transformaciones debido a la migración, siempre acompañada de procesos de interculturalidad y sincretismo. En la era moderna, el constante y acelerado desplazamiento de poblaciones enteras continúa generando estos fenómenos, con la expansión de los sistemas económicos como telón de fondo.

En algunos países, el estudio de las culturas migratorias ha cobrado una importancia creciente en años recientes, respaldado por organismos internacionales que han implementado amplios programas de investigación al respecto. La extensa bibliografía y la información sobre las migraciones hacia el continente americano, provenientes de Europa, Asia y África, concentradas en centros de investigación, ofrecen materiales comparativos entre las diversas naciones receptoras de inmigrantes para comprender el fenómeno en sus dimensiones continentales.

Al reconocer las diversas facetas de nuestra identidad, a veces subestimadas, encontramos en el pluralismo los vínculos que unen a los países latinoamericanos. El análisis del proceso de formación de la cultura nacional amplía nuestro entendimiento sobre quiénes somos. La incorporación de los aportes culturales ignorados en nuestro patrimonio conduce al pleno reconocimiento de nuestra diversidad cultural.

En México, contamos con abundantes fuentes para explorar nuestra identidad: desde los códices prehispánicos y las crónicas coloniales hasta los relatos de viajeros y exploradores de los siglos XVII, XVIII y XIX, así como los estudios contemporáneos en diversas disciplinas humanísticas sobre población y cultura. Durante el siglo XX, antropólogos e historiadores se han dedicado intensamente a esta tarea. Aunque algunas obras especializadas han reconocido la importancia de los inmigrantes en nuestra historia, los estudios específicos sobre las minorías étnicas formadas por estos extranjeros y su integración en la historia de México han sido escasos y esporádicos hasta hace poco.

El contexto temporal en el que los grupos de inmigrantes se incorporan al continente (siglos XIV y XX) y sus contribuciones en todos los ámbitos culturales los sitúan dentro del esquema de clases sociales predominante en América Latina. Al destacar los antagonismos económicos de clase y los conflictos sociales que de ellos surgen, estamos en una mejor posición para evitar la desviación hacia prejuicios raciales.

México tiene una deuda pendiente con sus diversas etnias. El indigenismo enfrenta críticas en todas sus formas, y nuestras etnias, como portadoras de nuestra herencia ancestral, aún no han logrado la igualdad y corren el riesgo de ser excluidas de la historia oficial. Durante la transformación económica de los últimos dos siglos, quedaron al margen del proceso productivo, y su cultura es en gran medida desconocida para el resto de la población mexicana. Las circunstancias actuales hacen evidente la necesidad de un proyecto nacional que promueva la igualdad en la diversidad.

Desde el siglo XIX, políticos y pensadores han concebido la idea de una cultura unificadora como base para la construcción nacional y la consolidación del Estado. Autores como Brading y Basave argumentan que desde la época colonial surge un sentimiento de nacionalismo y un interés por arraigar símbolos que se conviertan en elementos de identidad nacional.

La inmigración hacia México ha sido diversa a lo largo de la historia. Desde la colonización española, hubo una gran cantidad de inmigrantes provenientes de España y esclavos africanos. En el siglo XIX, se sumaron inmigrantes de otros países europeos y asiáticos. Durante el siglo XX, México recibió refugiados políticos de diversas partes del mundo, especialmente de América Latina y España. Desde 1990, con la globalización, la inmigración ha aumentado, especialmente desde Estados Unidos, Canadá y países de América Central. La población negra estuvo presente desde la colonia, siendo esclavos traídos por los españoles y posteriormente mezclándose con los indígenas. Además, hubo una corriente de inmigración asiática desde las Filipinas a través de Acapulco y Manzanillo.

Tras la independencia de México de España, la inmigración principal provino de Europa, especialmente de España, Francia, Italia, Irlanda, Inglaterra y Alemania. El presidente Antonio López de Santa Anna permitió la llegada de 400 familias estadounidenses de origen anglosajón e irlandés al norte del país, lo que llevó a la ocupación de territorios como Texas. Estas políticas de repoblación resultaron en la independencia de Texas y en una guerra con Estados Unidos, donde México perdió vastas extensiones de territorio, incluyendo Texas, Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah y California. A pesar de esto, algunas familias mexicanas se quedaron en territorio estadounidense, y algunas familias angloamericanas permanecieron en México, principalmente en Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas.

Entre 1900 y 1920, la inmigración a México aumentó a 110,000 personas, pero la Revolución Mexicana redujo esta migración debido a la situación bélica. Durante el gobierno de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, se establecieron asentamientos menonitas en varios estados del país. La Revolución también provocó la emigración de judíos, aunque algunos fundaron organizaciones judías en 1912 y 1923. Jacobo Granat, empresario de teatro y cine, recibió un permiso para establecer un cementerio judío bajo el gobierno de Francisco I. Madero. Hacia 1918, más de la mitad de la población judía en México era árabe y turca. Llegaron más judíos a México, incluyendo sefardíes de Siria y Europa Oriental, gracias a la invitación de Plutarco Elías Calles. Estos judíos trabajaron en diversas actividades en ciudades como Ciudad de México, Puebla, Veracruz y Guadalajara. La comunidad judía construyó su primera sinagoga en 1927 y publicó su primer periódico en 1931. En 1941 se construyó otra sinagoga. A pesar de las dificultades, los inmigrantes judíos encontraron su lugar en México, con la ayuda de jóvenes intérpretes nacidos en el país.

En el siglo XXI, México experimentó cambios políticos significativos que atrajeron más residentes y naturalizados extranjeros, aunque tradicionalmente no ha sido un destino principal como los Estados Unidos. El gobierno de Felipe Calderón buscaba una mayor apertura comercial con el mundo. La globalización, el multiculturalismo y la movilidad humana acelerada han llevado a un aumento de la población extranjera en México, legal e ilegalmente, con estadounidenses siendo el grupo más grande seguido por centroamericanos, antillanos, sudamericanos, europeos, asiáticos orientales y de Oriente Medio.

A pesar de las desigualdades sociales, México ofrece oportunidades para la riqueza, lo que atrae a inmigrantes extranjeros. En el siglo XXI, el país ya no se caracteriza tanto por ser un refugio, sino más por el comercio y como un paso temporal hacia Estados Unidos. Durante el bicentenario, hubo cambios notables en la percepción y presencia de las comunidades extranjeras en México, incluyendo la supresión de expresiones discriminatorias hacia los españoles. Bajo el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, miles de inmigrantes de diversas naciones han ingresado a México, muchos buscando llegar a Estados Unidos debido a la pobreza, violencia, desastres naturales y guerra en sus países de origen, lo que ha requerido intervención humanitaria de organizaciones internacionales.

Según los datos recopilados en el Censo de Población y Vivienda del año 2020, en la Ciudad de México reside un total de 1,212,252 individuos nacidos en el extranjero, lo que representa aproximadamente el 0,96% de la población total. La legislación migratoria, concretamente el Artículo 52 de la Ley de Migración, establece los diferentes tipos de estatus migratorio que pueden adquirir los extranjeros en el país, tales como estancia de visitante, residente temporal y residente permanente.

En el caso de la Tarjeta de Residente Temporal (TRT), de acuerdo con el artículo 52, Fracción VII, esta permite a los extranjeros permanecer en México por un periodo de hasta cuatro años, con la posibilidad de obtener autorización para trabajar en el país a cambio de una remuneración, siempre y cuando cuenten con una oferta laboral válida, además de tener la libertad de entrar y salir del territorio nacional según lo deseen.

Por otro lado, la Tarjeta de Residente Permanente (TRP), según lo dispuesto en el artículo 52, Fracción IX, otorga la autorización para residir indefinidamente en México, con el derecho de trabajar a cambio de una remuneración en el país.

Los procesos migratorios, desde la época colonial hasta la actualidad, han moldeado la realidad multicultural de México, evidenciando la necesidad de un proyecto nacional que promueva la igualdad y la inclusión de todas las comunidades en la construcción de la identidad nacional. La diversidad étnica y cultural, tanto de los pueblos originarios como de los migrantes de diferentes partes del mundo, constituye un activo invaluable que enriquece la vida social, económica y cultural del país. Reconocer y valorar esta diversidad es fundamental para construir una sociedad más justa, equitativa y plural.

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