NFTs – La estafa Ponzi que está acabando con la tierra.

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Por Guillermo Carregha

Si has pasado por lo menos un minuto en cualquiera de las redes sociales, seguro has leído el término NFT en más de una ocasión en los últimos seis meses. Puede que le hayas preguntado a Google el significado de estas letras. La respuesta corta es “Non-Fungible Token”. La respuesta larga es “un archivo digital cuyo propósito es el de ser coleccionado por entes con demasiado dinero en sus cuentas bancarias y que no puede ser intercambiado por bienes o servicios, pero que puede ser copiado con facilidad sin, supuestamente, perder su valor”. En otras palabras: “¿Te acuerdas de los Beany Babies? ¡Volvieron! En forma de JPGs”.

Ahora, cualquier cryptobro en Twitter o individuo que honestamente se cree aquello de que “invertir en tu educación” es un verdadero consejo financiero que le puede servir al ciudadano promedio de México, podría explayarse aquí acerca de los beneficios inherentes de contar con un sistema descentralizado de compra-venta de arte digital. Podrá hablar acerca de cómo esto es una manera inteligente de invertir en los artistas sin pasar por terceros obstaculizantes como “agentes” o “distribuidores tradicionales de arte”, y no olvidará salpimentar su mensaje con elementos tales como “libertad financiera para ambas partes” o “inversiones serias a futuro”; incluso un “así es como debería de funcionar el capitalismo, en realidad”. 

Quedarse callada en espera de que el hombre cisgénero blanco frente a ella termine de enumerar los beneficios de las criptomonedas en el entramado sociocultural de hoy o, por otro lado, recordarle que a principios del 2021, alguien compró el meme de Disaster Girl por $500,000 dólares. Alguien compró una copia de un meme que se ha venido reposteando de manera gratuita por 16 años. Y esta compra no le da derecho de utilizar la imagen de manera comercial o reclamar derechos de autor por su uso, simplemente le otorgó el derecho de incluir su nombre en la metadata de un archivo digital. Un archivo digital que puede seguir siendo compartido de manera gratuita por la red durante los próximos diez años.

Podría expresar, sin temor a equivocarme, que todos tenemos a un conocido (énfasis en la “O” final) que ha considerado convertir su PC gamer en una mina de criptomonedas o, peor aún, lo ha hecho. Estos individuos que tenemos dentro de nuestro círculo social, lo más seguro es que intenten convencer a más personas de unirse al movimiento “anti-sistema” del crypto y los NFTs. “Hay que invertir dinero para generar dinero… haz que tú dinero trabaje por ti… en el banco no hace nada…”.

Al mismo tiempo, los artistas digitales independientes, aquellos que llevan un año entero queriéndote convencer de que les encargues una comisión para pagar la renta, pueden observar en tiempo real cómo toda la inversión en arte se destina a AIs capaces de generar miles de versiones “únicas e irrepetibles” del mismo busto mal dibujado de algún animal genérico. Esa inversión en arte independiente sí se puede sentir.

Sin embargo, todo esto sería en el aspecto económico que, visto desde la objetividad completa, es una decisión personal que, con suerte, afectará únicamente al incauto que cae en las trampas de la pirámide digital. Muy su problema si quiere quemar su dinero ante promesas vacías estilo Carlos Muñoz, a fin de cuentas. Sin embargo, a diferencia de escoger entre vender NICE, Betterware o Mary Kay por catálogo, el escoger convertirse en un cryptobro es más similar a decidir ser distribuidor certificado de Omnilife en tu cuadro.

El asunto de agregar tu nombre a la metadata de un archivo digital involucra varios pasos complicados a nivel técnico. Sin embargo, en aras de simplificar, cada transacción de criptomoneda o compra de NFTs debe ser validada por millones de usuarios para asegurar su autenticidad, usuarios que deben mantenerse conectados a una misma red y servidor por semanas o meses sin interrupción. De acuerdo al sitio Digiconomist, cada una de estas transacciones consume más de 70.32 kWh, suficiente para alimentar 1 hogar de EE. UU. durante 2.5 días. Esto equivale a una huella de carbono de alrededor de 34 Kg de dióxido de carbono (CO2) por transacción. En comparación con las fuentes de consumo tradicionales, esta huella de carbono equivale a ver más de 5,700 horas de video de YouTube o más de 76,000 transacciones con tarjetas de crédito. Ethereum (la moneda digital necesaria para comprar NFTs) consume más energía por año que toda Dinamarca y tiene una huella de carbono del tamaño de Lituania.

Y eso fue en abril de 2021, cuando los NFTs no estaban de moda en el mainstream.

Al día de hoy, los NFTs no son más que una destilación más de por qué el capitalismo neoliberal no hace otra cosa que acrecentar las riquezas de los más ricos mientras aplasta más y más los espíritus de quienes menos tienen. Son nuestra cultura obsesionada por los billonarios llevada al esquema digital, llena de promesas vacías, coaches, desfalcos e inversiones a fondo perdido. Estamos pagando por ver cómo la tierra se corroe más y más, a pasos agigantados y en tiempo real. 

Fuentes: 

Are NFTs Hurting the Environment? | Morningstar

Zoë Roth sells ‘Disaster Girl’ meme as NFT for $500,000 – BBC News

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