Moda y arte en unión libre- Elsa Schiaparelli

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Por: Roy Zaldívar

La relación entre la moda y el arte, aunque pareciera ajena la una de la otra, no siempre fue así. Quién inició esta conversación fue la diseñadora italiana Elsa Schiaparelli.

A través de sus diseños, resultados de su estrecha relación con los mayores representantes de la plástica del siglo XX, retomó elementos del surrealismo y los llevó a sus prendas, así demostró la trascendencia del arte y sentó lo que serían las bases de la industria de la moda contemporánea. 

Cada día, la moda se vuelve un tema recurrente para más personas. Desde el evento benéfico de la Met Gala, donde cientos de celebridades asisten con prendas de los diseñadores más exclusivos; hasta Kim Kardashian, que compartió fotos vestida con la última colección de la marca Balenciaga a más de 260 millones de usuarios en Instagram.

Sin embargo, tal vez la relación entre moda y arte no sea evidente para muchas personas, pero basta ver el trabajo de los diseñadores actuales, quienes a través de distintas disciplinas artísticas como el performance, la música, la instalación y evidentemente el diseño; hacen de sus pasarelas verdaderos eventos artísticos en donde elevan el acto de vestirse a un nivel más allá de la utilidad. 

Elsa Schiaparelli fue una diseñadora nacida en Roma en 1890 en el seno de una familia aristócrata. Nieta del astrónomo e historiador Giovanni Schiaparelli. Elsa comenzó su carrera como modista en 1927 con una colección que incluía suéteres con motivos geométricos y moños trompe l’oeil, que en el arte es una técnica que finge una realidad, es decir, el suéter aparentaba tener los moños, pero en realidad solo estaban tejidos. El éxito de este suéter en específico estableció su reputación en el mundo de la moda, como una proveedora artística de estilo, que diseñaba prendas poco convencionales y únicas. 

A través de sus creaciones, Schiaparellí buscaría enlazar el nuevo papel adquirido por la mujer, durante y después de la primera guerra mundial, con los originales conceptos estéticos que obtenía gracias a sus relaciones con artistas como Salvador Dalí, Jean Cocteau, André Breton (quien fue su maestro), Giorgio de Chirico, Marcel Duchamp, entre otros. 

La historiadora, Laura Muñoz Pérez, profesora de la Universidad de Salamanca, explica: “Las pretensiones, ocurrencias y aportaciones de  Schiaparelli adquieren carta de naturaleza a partir de la década de 1930, en algunos de sus diseños emblemáticos, a través de los cuales puede comprobarse cómo, temporada tras  temporada, el lazo entre ella y el surrealismo se mantiene atado e incluso fortalece su vínculo sin desgastarse, gracias, particularmente, a la fructífera relación, personal y profesional, establecida entre la diseñadora y Salvador  Dalí, epítome del carácter rupturista, provocativo y único de la vanguardia surrealista”.

Este diálogo entre la diseñadora italiana y el artista catalán, trae consigo el diseño de prendas donde se ve materializado el surrealismo. Algunas de ellas son el famoso vestido langosta, animal icónico en el imaginario de Dalí, que vemos en su obra El teléfono langosta, donde muestra la relación de dos objetos que aparentemente no tienen nada que ver. Schiaparelli, retoma esta figura y la plasma en un vestido que después sería portado por Wallis Simpson. 

Así mismo, el vestido esqueleto surge de la sinergia de estos dos personajes, dicha pieza, reproduce en la espalda la imagen de una columna vertebral y la caja torácica, marcados por un relieve acolchado. Este vestido, es una paradoja muy surrealista del poder de la sugestión de la mente, que es capaz de generar el deseo sexual del cuerpo femenino desnudo, sin verlo, en realidad. Dalí, desde mediados de los años treinta, ya estaba mostrando su obsesión con este asunto, del que es exponente su obra Les chants de Maldoror (1934). 

Otro fruto de la colaboración entre los dos artistas surrealistas, es el sombrero-zapato, inspirado en Dalí por su mujer Gala y que fue realizado por Schiaparelli. Este objeto argumenta la radicalidad de la creatividad e inicia un debate entre el estilo y la elegancia. Vemos como Dalí reconvierte un objeto, otorgándole otras funciones y negando la existencia de una relación entre la forma y el uso.

El contacto de Elsa con otros artistas permitió a la artista llevar su principal premisa: la casualidad, el uso de objetos que no tienen una relación entre sí y crear composiciones improbables, como si esos objetos hayan sido olvidados. Schiaparelli estaba creando piezas conceptuales que, si bien satisfacían el valor onírico y fetichismo del surrealismo, al mismo tiempo tenían cierta utilidad e incluso un fin comercial. De esta manera, comenzó un diálogo entre la función y la estética. Son objetos de diseño que ponían en discusión el precepto de “arte por el arte”, que fue defendido por las vanguardias y en el cual se anclaba el punto de ruptura con el pasado.

Schiaparelli brinda una interpretación personal y única, la cual llegará para desestabilizar todo lo que se creía sobre la moda. Aquella herencia que defendía la elegancia y el buen gusto se ve revolucionada por la propuesta de la diseñadora. De no ser por ella, probablemente el diseño de moda se hubiera quedado rezagado, estancándose en aquellos valores ya establecidos, que Elsa y sus predecesores pusieron en duda. Nombres como Jean Paul Gaultier, Alexander McQueen, John Galiano, entre muchos otros, han retomado el legado de Elsa Schiaparelli, haciendo de la moda y el arte una mancuerna, demostrando la capacidad de esta de trascender fronteras temporales, espaciales y conceptuales al convertirse en un objeto de consumo. 

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