Galería de Egresados – Entrevista con Olivia Portillo

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¿Por qué estudiaste Ciencias de la Comunicación?, ¿esa era tu primera idea, o querías estudiar cine directamente?

Yo simplemente no me veía trabajando en una oficina; encerrada. Quería una labor más creativa. 

Desde que estudiaba la secundaria yo tenía muy claro que quería dedicarme al cine. En aquella época yo dirigía obras de teatro. Hace 25 años, las opciones a nivel profesional en San Luis Potosí eran menores. La inquietud de estudiar alguna disciplina que no se ofrecía en el estado nos volvía testarudos. Hay que tener un carácter testarudo para ir tras lo que quieras, y así lograr tus objetivos.

Era complicado que me apoyaran mis papas para ir a estudiar a la Ciudad de México, el costo y el peligro de vivir sola eran obstáculos. En este contexto, revisé los programas de estudio en San Luis Potosí, y el de Ciencias de la Comunicación me acercaba a mi sueño, ya que contaba con materias de apreciación cinematográfica y fotografía.

¿Dónde adquiriste el gusto por el cine?

Desde mi infancia viví un entorno marcado por lo artístico; mi papá era profesor de pintura en Bellas Artes. Yo soy la más chica de tres hermanas; ellas pintan muy bien; yo no heredé esa habilidad artística. Lo que sí heredé fue la mirada, la capacidad de observar.

De niña, mis juguetes favoritos eran los View Master, muchos ya no los conocen -pueden googlearlo-, ya es cosa de otra época (risas). Recuerdo que íbamos a recoger a mi hermana a sus clases en el Instituto de Bellas Artes, ahí me gustaba jugar con las sombras en los pasillos del edificio. Fue un entorno muy orgánico. 

Con los años me involucré en más atmósferas artísticas. San Luis Potosí siempre fue un escenario artístico, por ejemplo, ha sido un bastión para la danza con Lila López.

El tener una personalidad extrovertida me ayudó. Me gustan las conversaciones largas; escuchar a gente muy diversa. Todo esto terminó de concretarse cuando mi papá me regaló mi primera cámara, ya como estudiante universitaria; fue algo mágico. No como hoy, que incluso los bebés ya tienen una cámara (risas). 

¿Cómo fue tu ingreso en el Centro de Capacitación Cinematográfica?

En la materia de producción audiovisual afortunadamente tuvimos como profesor a Antonio Meave, un loco que en aquel entonces era recién egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica.  Meave hacía su tesis en San Luis Potosí y quería hablar de la Sociedad Potosina la Lonja. El iba a filmar, con 35 mm, lo cual ahorita suena de museo, pero en aquel entonces era algo muy valioso. En ese intervalo se le ocurrió dar clase en la Facultad de Ciencias de la Comunicación. Sus clases fueron muy inspiradoras; me clarificaron el camino. Ahí supe que había dos escuelas en formación cinematográfica en México: la UNAM y el Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC). 

En otra ocasión, un profesor llegó con un VHS de un documental sobre los Wirarika. Lo llamativo del documental era que no tenía gente a cuadro, sino que era una narrativa más poética sobre el peregrinaje de los huicholes. Cuando  voltee la tapa del VHS, vi que se había realizado en la Universidad de Guadalajara (UDG). Para mi este VHS fue como ingresar a la plataforma 9 ¾ que me llevaría a mi propio Hogwarts; ahí decía que mi destino estaba en la calle de Vallarta en Guadalajara. Allí viví 6 meses y tuve la oportunidad de  asistir a muchas producciones, al principio sin paga.

De regreso a San Luis Potosí trabajé para el Colegio de San Luis. En el COLSAN vi otras narrativas de problemáticas sociales. Yo tenía ganas de medirme más a nivel profesional, de tener acceso a profesores más especializados en cinematografía. Luego de presentar examen en la UNAM, fui admitida. Quedé maravillada. Yo creí que me iba 5 años a estudiar la carrera y me quedé 15. Hice la maestría, participé en muchas producciones; satisface toda la sed que tenía por hacer cine. 

¿Cuándo te interesaste por el cine documental?

Fíjate que en Guadalajara ya lo tenía muy claro. Yo quería trabajar con la realidad. La materia de periodismo fue lo que me orientó a la conexión con lo documental. Hacer cine, pero con protagonistas reales.

¿Qué te da el documental que otros géneros no?

Te ancla al momento presente y te da mucha profundidad. En el documental comprendes que ningún tema es trivial, te permite empatizar con otros, algo que la ficción no logra de manera tan desnuda. Sin duda el trabajo de un actor o una buena escenografía puede acercarnos mucho y nos puede regalar una buena experiencia visual, pero en el documental el golpe de la realidad atraviesa más a los espectadores. 

Háblanos un poco de tu proceso creativo, ¿Cómo seleccionas un tema sobre otro?

Gustavo Domínguez, mi profesor en la UDG, me decía una frase que cuando la escuche la sentía enorme: “Los temas lo eligen a uno”.

¿Te han elegido a ti?

Sí, claro, yo traigo mis ideas e inquietudes, pero a veces un tema se atraviesa. Por ejemplo, con “La mutilación de San Pedro según San Xavier”, este documental por el cual fui nominada al premio Ariel 2008, la idea surgió cuando estaba haciendo un ejercicio de grabación en Cerro de San Pedro. Recuerdo que estaba con varios compañeros de la CDMX. A la locación se acercó la gente de la localidad, supongo que les llamó la atención el equipo que llevábamos, porque era un equipo muy viejo, incluso manejamos cámaras  Polex o Eclair, que es una cámara francesa de 16 mm, de la época de la segunda guerra mundial, con tripies de madera. 

Algunas personas me ubicaban porque mi papá había pintado mucho en Cerro de San Pedro, y yo lo acompañé en muchas ocasiones. La gente nos pidió que habláramos del ecocidio de la minera en la localidad. Sentía que tenía que darles una respuesta, visibilizar su problema. 

A veces vas por una línea y de pronto llega otro tema. Así me pasó con la señora  Esperanza Lucioto, la mamá de Carla Pontigo, una chica que fue asesinada en San Luis Potosí y que hoy es un símbolo de la lucha contra el feminicidio y la violencia de género. Ella prácticamente me tocó la puerta y quería hablar de su caso. Hay realidades en las que no hago un gran esfuerzo, simplemente sostengo la mirada y estoy atenta a lo que tiene que decirme.

 

En el documental se tocan temas sensibles, algunos que pueden ser un riesgo para la integridad del documentalista. ¿Te ha tocado ser amedrentada o amenazada por la denuncia de hechos de violencia, corrupción o carencias en el sistema de justicia?

Por supuesto, muchos documentalistas y periodistas han muerto por rascar demasiado algo. Hay que buscar la manera de contar estas historias y no ponernos en riesgo. Hasta ahora yo nunca he estado en una situación así, pero uno no debe perder de vista que este riesgo existe. Igual hay que proteger a la gente que te regala su historia. Me parece que hay un compromiso mayúsculo porque en el documental no tenemos nombres como en los personajes de la ficción que nos ayudan a escondernos un poco.

El presupuesto siempre es un obstáculo cuando se trata de proyectos artísticos; quienes hacen cine se enfrentan a esta barrera…

Sí, pero en el documental es un poco distinto respecto a la ficción. Por dar un porcentaje, el 20% es recurso económico y el resto es creatividad en el sentido de cómo se cuenta la historia, la selección de locaciones; el trabajo es más mental. Con muy poco recurso se puede hacer documental, y me parece que por eso tenemos muy buenos documentalistas en México. Además es un terreno donde ha destacado mucho la mujer.

¿Ves el piso parejo en cuanto al papel de hombres y  mujeres en el cine?

En el documental sí, la dinámica es muy horizontal. Las chicas han encontrado un lenguaje propio, todo es muy parejo. En la ficción siguen pesando los grandes hombres, incluso si pensamos en el trío maravilla, los tres son chicos. Aquí me pregunto: ¿Dónde está el trío de chicas?

¿A qué crees que se deba esto?

Yo creo que es una  cuestión más bien de donde está el foco o la luminaria, porque hay grandes mujeres cineastas. Así como los tres jóvenes maravilla (Cuaron, Del Toro e Iñárritu), pronto escucharemos los nombres de más chicas. La globalización ayudará. Las generaciones actuales no piden permiso a nadie; arrebatan, agarran y hacen; ya hay muchas herramientas al alcance de la mano, y las chicas de estas generaciones las usarán.

¿Qué características debe tener alguien que quiere ser cineasta?

Siempre se requiere tener un carácter colaborativo. Muchos chicos pueden dominar varias áreas del cine, pero no todas. Es un trabajo de orquestación. En el cine hay música, escritura, escenografías, aspectos legales; se necesitan buenas ideas, pero sobre todo un buen equipo. El otro aspecto es la necesidad de expresar algo, de decir algo, como en México que es un medio de mucha injusticia y violencia, independientemente que te quede bien el encuadre, el valor documental de los testimonios es muy fuerte. Me parece importante identificar una emergencia comunicativa, hablar de algo, luego algo de creatividad y luego un buen equipo, y ser testarudo.}

¿Cuáles son tus 3 documentales favoritos?

Me parece imprescindible mencionar a Agnes Varda, una cineasta muy longeva, tal vez la cineasta más importante de la historia. Muy feminista, antes incluso de llamarle feminista, una concepción de mujer que no tenía por que pedir permiso a nadie. Es un referente documentalista de temas como la vejez y las relaciones de pareja; una obra muy existencialista.  

En cuestión estética tendría que mencionar a Win Wenders, quien nos entrega documentales maravillosos: “Pina Bausch” por el seguimiento de los cuerpos y la danza; y  “La Sal de la Tierra”, un homenaje a la fotografía fija. Estos dos documentales son homenajes a personalidades totalmente opuestas. Los documentalistas son longevos, ojalá me toque a mí (risas).

Hay otras obras que me parecen fascinantes. Tendría que mencionar también “Sangre y Arena” de Alejandro González Iñárritu; una experiencia visual en el Museo de Tlatelolco, que lleva al espectador a experimentar lo que se vive en la frontera de México y Estados Unidos, una obra que sale del recuadro de la pantalla y lleva a vivir nuevas realidades.

¿Cuál es tu estilo?, ¿cómo defines tu trabajo?

Me siento en proceso. Sigo en la búsqueda de temas y realidades; no me caso con un formato, porque la tecnología nos empuja a probar cosas distintas. En San Luis he trabajado mucho con actores, en la compañía del Rinoceronte Enamorado, algo que pensé no iba a suceder. Tal vez me anime a hacer algo con actores, fuera del cine documental. Me gusta pensar en mí como alguien que sigue explorando géneros. Ahora disfruto la cuestión contemplativa de la realidad, no grabar todo. Hoy tenemos una sociedad muy reactiva, que quiere siempre grabar; “una selfie sociedad”, donde nos olvidamos de conectar con el momento presente. 

En una frase, ¿para qué sirve el cine documental?

Para sentirnos vivos. Nos recuerda que estamos vivos.

Hasta hoy, ¿Cuál es tu máxima satisfacción profesional?

Acompañar las realidades de otros; y visibilizarlas. Sostener la cámara cuando alguien quiere decir algo. Es una labor social. Ayudar a que alguien pueda decir su mensaje de manera más profunda, o impactante, o que simplemente sea más visible. 

¿Qué recomiendas a tus alumnos y nuevas generaciones que desean dedicar su vida al cine?

Que no se detengan, que vayan por lo que quieren. Que no pidan permiso, me gusta que no pidan permiso, no pasar por encima de nadie, siendo buenas personas.

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